miércoles, 28 de febrero de 2007

El quákero frenético

Vaya a saber uno por qué, ese día al jefe se le ocurrió volver a la oficina a la noche. Seguramente la mejor conexión a Internet en su lugar de trabajo que en su casa. Todos sabían que era fanático de los dibujitos animados y películas para chicos, cosas que pasan cuando uno asume responsabilidades demasiado pronto y las etapas no vividas se filtran en las que se están llevando naturalmente.

Con una torre de devedés en su mano y un paquete grande de papas fritas en la otra, salió del ascensor. Para su sorpresa, Fabián Figueroa seguía ahí, con sus ojeras iluminadas por la luz del monitor. Con vergüenza y cierto fastidio por no encontrarse solo lo saludó. “Figueroa, ¿qué hace acá todavía?” “Quiero adelantar trabajo, Señor, duermo mejor cuando las cosas están resueltas.” Contestaba sin sacar la vista del monitor y apretando los botones del mouse ininterrumpidamente.

Disimulando su curiosidad, el jefe rodeó el escritorio de Fabián para ver qué lo tenía tan ocupado. Había una mínima chance de que fueran dibujitos. Mientras se acercaba, inventó una excusa que explicaba su movimiento. “¿Recibió el mail general que envié antes de salir?” Fabián no pudo ocultar su nerviosismo. Ahora sí sacaba la vista del monitor, como si pudiera detener el paso del jefe, ganando tiempo para quién sabe qué.

Justo cuando llegó al frente del escritorio, el jefe descubrió que las imágenes del monitor se reflejaban en la ventana a espaldas de Figueroa. Vio cómo se cerraban dos ventanas y se minimizaba otra. Notó también el cambio en el gesto de su empleado, que ahora estaba repentinamente más tranquilo, en pleno control de sus actos.

“¿Lo puedo ayudar en algo?”, dijo el jefe mientras por fin quedaba de frente al monitor. “Eeeh… no, no, muchas gracias”, respondió Figueroa apurado, “de hecho acabo de terminar, me estaba yendo”. Figueroa se dio cuenta de que el jefe había visto cerrarse las ventanas. El jefe pensó rápido. “Ok, Figueroa, hágame un favorcito antes de irse. No apague su computadora, que necesito imprimir unas cosas que me olvidé y estoy teniendo problemas con el Office de mi computadora.” La cara de terror de Figueroa fue indescriptible. Ensayó después su mejor cara de tranquilidad artificial y torpemente juntó algunos papeles y los tiró en el interior de su portafolio. “Bueno, bueno, pero no se olvide de apagármela después”, inventó resignado, “la gente de la mañana me la usa sino para poner música y-“ “No se haga problema, vaya tranquilo”, lo cortó el jefe, mientras encontraba un lugar para su paquete de papas fritas.

Figueroa se levantó y se fue. En su camino a la puerta de salida giró la cabeza más de diez veces, como si tuviera un francotirador apuntándole a la cabeza. Finalmente se lo tragó el ascensor.

El jefe esperó unos minutos. Abrió el paquete de papas fritas y acomodó la torre de devedés al costado del monitor. Ya lo veía raro a este Figueroa. Siempre aislado, nunca hablando de fútbol, nunca comer afuera con los muchachos, siempre pasándose horas en el maxikiosco tirando sus monedas en la grúa sacapeluches.

Por las dudas abrió el Word. Enseguida hizo click en Inicio y Documentos, esperando resolver el misterio de lo último que Fabián había estado mirando. Nada. Abrió el navegador y revisó el historial. Nada. Si sabía algo de Fabián Figueroa era que era muy rápido, muy vivo. Maldijo esa eficiencia que todavía admiraba. Si seguía revisando, Figueroa se iba a dar cuenta. Esto terminaba mal.

Así que decidió imprimir alguno de sus trabajos, como para que quedara registro de lo que dijo que haría. Abrió un documento no confidencial al azar. Localesinterior.doc. Su cabeza ordenó Ctrl + P, pero su mano automática fue hacia el Ctrl + V. Una línea de texto en subrayada y en azul apareció al principio del documento, descentrando el título.

Una dirección de Internet: http://www.youtube.com/watch?v=RoTOzz6Eb_s

Hizo click. ¿Fabián? No, no era él. Qué misterio. Por lo menos había resuelto otro. Conocía algo más de su empleado. Ahora sabía por qué se pasaba horas en el maxikiosco.

2 comentarios:

Mariano dijo...

IN-SANO

Anónimo dijo...

Hasta el final, esperé que la chica hiciera algo desprejuiciado con los muñecos, pero ni eso. Un fraude.