miércoles, 14 de febrero de 2007

Mentolictucs

Fue el quinto de siete cachorros. Su madre, Thalía, era cruza de una especie de ovejero alemán siberiano con fox terrier y algo más. Nunca se supo quién fue su padre. Suponen todos que Thalía quedó preñada esa vez que se escapó y estuvo afuera más de una semana y que, después de que se hizo la pegatina de los carteles con la foto y el teléfono con promesa de recompensa incluida, apareció un pibe de unos treinta, treinta y cinco años y la devolvió en perfectas condiciones.
Por alguna razón desconocida, este cachorro rengueó desde el día uno. Lo llevaron al veterinario, pero el tipo, por más fotos de animales que tenía en el corcho a la entrada del local bajo el cartelito “gracias por salvarnos la vida”, no tenía la menor idea de qué podía estar complicando el caminar del perrito. En las placas no salía nada raro y al tacto también estaba todo normal, salvo por el chillido repetido del renguito cada vez que el pulgar e índice del médico hacían presión cerca de su pata derecha delantera.
Los otros seis no le dejaban lugar para comer. La naturaleza es así. La madre se echaba para que comieran todos. Ocuparse del débil era complicar la existencia de los demás. Así que ahí se quedaba hasta que desaparecía el hambre de los normales. Después sí se acercaba al renguito y trataba, empujándolo con el hocico y la lengua, a veces incluso levantándolo del cuello, que aprendiera a comer, que desarrollara el instinto.
Pero el quinto estaba cada día más débil. Dormía en un rincón. Temblaba aunque hiciera calor. Lo alimentaban irregularmente con unos suplementos que el médico había recetado. Era difícil dárselos, se resistía con las fuerzas que le quedaban. Hasta que se cansaba y terminaba probando algo.
A pesar de todo no perdía las ganas de jugar o de correr. Parecía decidido a vivir una vida corta pero feliz. De exprimirla al máximo. Aunque no tenía chance contra los otros que ya a los pocos días casi lo duplicaban en tamaño, insistía desafiándolos, empujándolos y mostrándoles sus dientes ridículos mientras hacía un sonido bastante parecido a un gruñido disfónico.
Un lunes desapareció. A las pocas horas, ya todos resignados, buscaban el cadáver. Es común que el animal busque un recoveco para ir a morir tranquilo, dijo el veterinario por teléfono. Pero los recovecos estaban vacíos. Alguno de los otros tenía que habérselo comido. Pero era raro, se hubiera visto sangre. Por chico que fuera, el perrito no se iba a dejar tragar de un solo bocado. Y la madre, único animal de la casa capaz de hacerlo no podía ir tan en contra de su motor protector. Este cachorro no tenía las fuerzas para sobrevivir demasiado tiempo solo. Si había salido de la casa, a esa altura tenía que estar muerto. A la corta, todos terminaron aceptando el trágico final. Cierto era que a la madre le quedaban seis y este animalito había vivido más de lo que cualquiera hubiera dicho, y vivió feliz, así que en menos de una semana la casa volvía su ritmo normal habiendo hecho todos el duelo correspondiente.
Pero el rengo no estaba muerto. De noche había logrado cruzar el jardin del fondo y pasar del otro lado de la ligustrina por un agujero que encontró, quizás hecho por otros perros o algún gato valiente. Pegadas a la ligustrina del otro lado, lo esperaba una gran planta de menta peperina. Cansado, débil y sediento, se acomodó cerca del tallo y se quedó dormido.

Es muy rara la historia de este chanta. Apareció un día, ¿vos sabés? Estábamos acá con la vieja haciendo domingo, charlando de andá a saber qué, y escuchamos un llantito. Nos asustamos al principio, creíamos que era una rata, y vos sabés el julepe que me dan las ratas. Pero no, allá lejos venía el renguito dando saltitos. Enseguida nos encariñamos con él. Lo loco fue que no sólo apareció de la nada, como regalo del cielo, sino que estaba tapado de mugre y del olor de las plantas de allá. Yo estaba vestida de blanco, así que mamá lo alzó para que pare de temblar y lo llevó adentro para darle algo de comer y tomar. Quince días tendría cuando llegó. Por el olor que tenía mamá le puso ese nombre.