miércoles, 7 de febrero de 2007

Draffa Mirabela

Gordon Bellville fue hallado en su oficina, desplomado sobre su escritorio, por su secretaria Mindy. Bellville era el famoso dueño de una importante editorial. Decían de él que era un hombre orgullosamente metódico. Terriblemente puntual, jamás llamaba a las personas utilizando sobrenombres y nunca, según contó su secretaria, leyó un libro en idioma que no fuera el original. Aseguraba que era leer otra obra que necesariamente faltaba a la intención del artista. Mindy también contó que Bellville no tenía enemigos declarados y que era fanático de algunas series televisivas. Esto último llamaba la atención de Barnard, el detective a cargo, un principiante con sed de reconocimiento, porque él mismo era seguidor fiel de alguna de estas series.
Con extremo cuidado analizó la escena. No había signos de violencia. No se veía sangre. No iba a ser posible determinar el motivo del deceso de Bellville sin la intervención de los forenses. Barnard no encontró pistas que confirmaran alguna de las hipótesis que su cerebro armaba con extraordinaria facilidad. Mientras contenía su excitación a fuerza de prudencia artificial, notó que había un papel debajo del codo de Bellville. Inmediatamente se colocó guantes de látex y con la precisión de un neurocirujano lo extrajo y leyó en voz alta.

“De mi mayor consideración,
Redacto estas pocas palabras para despejar cualquier duda que surja acerca del repentino cambio de los términos de mi testamento.
Absolutamente nadie me mueve a hacerlo, lo hago porque creo firmemente que me dará la paz que necesito para recorrer mis últimas horas.
Fox Manning, mi médico de cabecera me ha diagnosticado una extraña enfermedad.
Fatalmente, me ha comunicado que me quedan, como máximo, unos pocos meses de vida.
A lo mejor, en su enérgico avance, la medicina logra dar con la cura de este mal, pero no puedo actuar basado en ilusiones.
Me veo obligado entonces a pensar en mi final.
Indudablemente, lo primero en lo que pienso, naturalmente, es en el mundo después de mi partida.
Roger, mi hijo mayor ha sido hasta hoy el único heredero designado para todo mi patrimonio.
A él le dejaba, hasta hoy, todo lo que poseo y no puedo llevarme al más allá.
Bueno, un hecho quizás trivial a la vista de todos, pero trascendente para mí, me ha hecho cambiar de parecer.
Es por eso que es mi último deseo que todo cuanto poseo sea destinado a obras de caridad, empezando por la escuela Rochester.
Lo he pensado bien y confío en que mi hijo entenderá la lógica de mi decisión.
Así como yo logré armar esta gran empresa empezando con unos pocos dólares, sé que él podrá hacer lo propio.”

Así terminaba la carta, que estaba sin firmar. Barnard clavó la mirada en un punto fijo. La secretaria preguntó si había encontrado algo raro en el escrito. “Claro”, contestó el detective. “Hay un código secreto muy sencillo a la vista del ojo entrenado. Sólo basta con ordenar consecutivamente las primeras letras de cada oración, incluyendo el encabezado. Tenemos el nombre de, por lo menos, quien ha sido el autor intelectual de este homicidio. Tranquilícese, Mindy. Gracias a la infinita base de datos del servicio de inteligencia, en cuestión de minutos aprehenderemos al culpable. O mejor dicho, la culpable.”

En ese momento sucedió algo increíble. El brazo de Bellville se movió. Barnard saltó hacia atrás y Mindy inundó la silenciosa oficina con un chillido rompecristales. Bellville estaba vivo.

Con la debilidad del que resucita, levantó la vista, visiblemente extrañado por la presencia del detective. “Buenas tardes”, se presentó, “¿el señor es...?” No sonaba malherido. Ni siquiera sonaba enfermo. "Detective Barnard", se presentó Barnard. “Mindy”, continuó Bellville casi sin escuchar la respuesta del policía, “¿Qué sucede? ¿Por qué la cara de terror? ¿Acaso nunca has visto a un hombre dormido? Tráeme un café inmediatamente, que debo atender al señor ¿cómo es su nombre?, y luego terminar con una pequeña broma que estoy preparando a mi hijo para su cumpleaños. Oye, Mindy, ¿no has visto el papel en el que estaba escribiendo? Diablos, lo perdí otra vez.”

1 comentario:

Mariano dijo...

Aplausos de dedos indices.