miércoles, 28 de febrero de 2007

El quákero frenético

Vaya a saber uno por qué, ese día al jefe se le ocurrió volver a la oficina a la noche. Seguramente la mejor conexión a Internet en su lugar de trabajo que en su casa. Todos sabían que era fanático de los dibujitos animados y películas para chicos, cosas que pasan cuando uno asume responsabilidades demasiado pronto y las etapas no vividas se filtran en las que se están llevando naturalmente.

Con una torre de devedés en su mano y un paquete grande de papas fritas en la otra, salió del ascensor. Para su sorpresa, Fabián Figueroa seguía ahí, con sus ojeras iluminadas por la luz del monitor. Con vergüenza y cierto fastidio por no encontrarse solo lo saludó. “Figueroa, ¿qué hace acá todavía?” “Quiero adelantar trabajo, Señor, duermo mejor cuando las cosas están resueltas.” Contestaba sin sacar la vista del monitor y apretando los botones del mouse ininterrumpidamente.

Disimulando su curiosidad, el jefe rodeó el escritorio de Fabián para ver qué lo tenía tan ocupado. Había una mínima chance de que fueran dibujitos. Mientras se acercaba, inventó una excusa que explicaba su movimiento. “¿Recibió el mail general que envié antes de salir?” Fabián no pudo ocultar su nerviosismo. Ahora sí sacaba la vista del monitor, como si pudiera detener el paso del jefe, ganando tiempo para quién sabe qué.

Justo cuando llegó al frente del escritorio, el jefe descubrió que las imágenes del monitor se reflejaban en la ventana a espaldas de Figueroa. Vio cómo se cerraban dos ventanas y se minimizaba otra. Notó también el cambio en el gesto de su empleado, que ahora estaba repentinamente más tranquilo, en pleno control de sus actos.

“¿Lo puedo ayudar en algo?”, dijo el jefe mientras por fin quedaba de frente al monitor. “Eeeh… no, no, muchas gracias”, respondió Figueroa apurado, “de hecho acabo de terminar, me estaba yendo”. Figueroa se dio cuenta de que el jefe había visto cerrarse las ventanas. El jefe pensó rápido. “Ok, Figueroa, hágame un favorcito antes de irse. No apague su computadora, que necesito imprimir unas cosas que me olvidé y estoy teniendo problemas con el Office de mi computadora.” La cara de terror de Figueroa fue indescriptible. Ensayó después su mejor cara de tranquilidad artificial y torpemente juntó algunos papeles y los tiró en el interior de su portafolio. “Bueno, bueno, pero no se olvide de apagármela después”, inventó resignado, “la gente de la mañana me la usa sino para poner música y-“ “No se haga problema, vaya tranquilo”, lo cortó el jefe, mientras encontraba un lugar para su paquete de papas fritas.

Figueroa se levantó y se fue. En su camino a la puerta de salida giró la cabeza más de diez veces, como si tuviera un francotirador apuntándole a la cabeza. Finalmente se lo tragó el ascensor.

El jefe esperó unos minutos. Abrió el paquete de papas fritas y acomodó la torre de devedés al costado del monitor. Ya lo veía raro a este Figueroa. Siempre aislado, nunca hablando de fútbol, nunca comer afuera con los muchachos, siempre pasándose horas en el maxikiosco tirando sus monedas en la grúa sacapeluches.

Por las dudas abrió el Word. Enseguida hizo click en Inicio y Documentos, esperando resolver el misterio de lo último que Fabián había estado mirando. Nada. Abrió el navegador y revisó el historial. Nada. Si sabía algo de Fabián Figueroa era que era muy rápido, muy vivo. Maldijo esa eficiencia que todavía admiraba. Si seguía revisando, Figueroa se iba a dar cuenta. Esto terminaba mal.

Así que decidió imprimir alguno de sus trabajos, como para que quedara registro de lo que dijo que haría. Abrió un documento no confidencial al azar. Localesinterior.doc. Su cabeza ordenó Ctrl + P, pero su mano automática fue hacia el Ctrl + V. Una línea de texto en subrayada y en azul apareció al principio del documento, descentrando el título.

Una dirección de Internet: http://www.youtube.com/watch?v=RoTOzz6Eb_s

Hizo click. ¿Fabián? No, no era él. Qué misterio. Por lo menos había resuelto otro. Conocía algo más de su empleado. Ahora sabía por qué se pasaba horas en el maxikiosco.

lunes, 26 de febrero de 2007

12 Metros

33 años eran suficientes. ¿Cuánto tiempo más pensaban que alguien podría sobrevivir en un hoyo semejante? Marco nunca negó su culpabilidad. Había asesinado a su esposa a sangre fría, y por eso él iba a pagar. Pasaría encerrado lo que su señor Jesús había vivido encerrado en un cuerpo mortal. Luego, escaparía.
33 años de intachable conducta, le permitieron empezar el túnel, detrás de la biblioteca donde él trabajaba. Marco gozaba de ciertos beneficios, como una pequeña caja de herramientas con las que arreglaba los estantes de los libros más algún otro trabajo de carpintería..
El día que cumplió los 33 años de condena, empezó la tarea. Los estantes del fondo daban a una pared de ladrillos huecos. Así que solamente tuvo que sacar unos libros que nadie leía, desmontar unas tablas, y comenzar el lento proceso de picar los ladrillos con un par de destornilladores.
7 meses dedicó 3 horas diarias a picar, cavar y remover escombros con la paciencia y el cuidado que sólo Marco podía tener.
Cada centímetro que avanzaba, recordaba la mirada de sorpresa de su mujer, cuando se sintió apuñalada por él, su propio marido. Pero aún ahí la amó. Tal vez más que nunca. Pero ya era demasiado tarde, y Marco no era de arrepentirse de sus actos. Él le había dado todo, y ella lo había engañado. Se odió por seguir amándola todos esos 33 años.
Cada día que volvía de la biblioteca a su celda, lo hacía de la misma manera. Con un libro bajo el brazo y su caja de herramientas, que entregaba al guardia antes de la inspección de rutina. Una vez en su celda –que no compartía con nadie, otro beneficio- se ponía a ejercitar su cuerpo, usando unas mancuernas y los propios barrotes de su habitación. Así logró tener, a sus 63 años, un físico a prueba del tiempo.
Marco era, además, muy solitario. Sólo intercambiaba saludos de ocasión y hacía 4 años que su madre no lo visitaba, ya que estaba internada y senil. Por lo tanto, poco y pocos sabían de él. La mezcla de misterio y silencio lo habían transformado en una figura de respeto entre los guarias y demás internos.

7 meses de trabajo en el túnel lo habían depositado según sus cálculos, del otro lado del cierre perimetral. De ahí sólo tendría que esperar a la noche, para esconderse entre los bosques que rodeaban el penal.

*********

Los policías que lo hallaron a los 6 días, dijeron que era muy poco lo que le faltaba a Marco para llegar a la libertad. Unos pocos metros, dijeron. Nadie entendió porqué, estando tan cerca de la meta, Marco se había apuñalado a sí mismo con un destornillador. Los policías también dijeron que fue imposible cerrarle los párpados, en perenne mueca de asombro.

viernes, 23 de febrero de 2007

que paso?

Habia una vez un gendarme coquetisimo.
“Lo bueno de ser un gendarme es q no tenes dias de pelo malo” penso con picardia frente al espejo, acariciando su cabeza de moquette.

y se fue a hacer sus cosas gendarmeriles.

Pero algo saldria mal…

miércoles, 21 de febrero de 2007

Yo te avisé

Michel,

Imagino que no te sorprenderán estas líneas que tanto me cuesta escribir, pero necesito darle valor a mi vida, moverme hacia donde creo que tendré más chances de ser feliz.

Bien sabes que pasé momentos maravillosos contigo, incluso contemporáneos a aquellas regresiones tuyas al pleno proceso de luto por tus tan queridos que la peste se llevó. Realmente espero que recuerdes aquella ocasión mágica, creo que en primavera del 1548, en que caminábamos juntos por el parque, debatiendo sobre algunas de tus primeras visiones y su significado. Una charla tan interesante, con conclusiones tan devastadoras. Veía ese entusiasmo en tu mirada, conocí a tu niño interior y se me presentó, por primera vez con semejante contundencia, tu talento, que terminaría siendo mi verdugo.

Porque fue ese, mi siempre amado Michel, tu talento, que terminaría alejándonos el uno del otro, depositándonos en tiempos diferentes. Tú, en el infinito futuro, conviviendo con ese Hister, el Papa muerto y tantos otros personajes absurdos. Yo, en el efímero presente, tan sola y tan necesitada, a pesar de mis riquezas.

Todas las hubiera dado por que tú hubieras podido escapar de esa reclusión obligada, de esa autoimpuesta misión con el mundo, una misión que aún hoy no puedo entender. Todo cuianto poseo hubiera regalado para que te ocuparas de mí, y no hablo de mantenerme, de ninguna manera me refiero a lo material. Hablo de sentirte cerca. Lloro cada vez que vuelvo a esas caminatas en el parque, a esa ilusión de tu atención en mí y en mis pensamientos, algo que yo creía buena comunicación.

Pues bien, mi estimado Michel. Una dama tiene necesidades. Necesidades fisiológicas e inmediatas. No hablo de placeres carnales, hablo de algo mucho más profundo (yo también puedo hacerlo): hablo de hijos, de descendencia propia. Sé que tuviste los tuyos en el pasado y sé de su lamentable final. Pero no es excusa, mi querido, para encerrarte en ese egoísmo pleno, buscando tu realización personal, y menos si es a costa de la mía. Siempre quise hijos, desde que recuerdo que tengo esas ganas. Para ellos reservé las habitaciones del fondo, o creías que serían siempre depósitos alternativos para tus desordenados libros. Cansada estoy de tu palabrerío. Ya no me importa lo que pasará en 1999 o en la tragedia de la Ciudad Nueva.

Hijos. Quiero y quise hijos. Asumo que debes recordar, si acaso me estabas escuchando cuando te hablé del tema en reiteradas oportunidades, los nombres que ya tenía elegidos para ellos. Theodore y Michelle de Notredame. Como puedes ver ahora, nombres a la altura de tu ilustre apellido. Pero ya no, Michel, ya no. Recién ahora veo que ese futuro no está en tus planes. Tampoco en tus escritos, que revisé cuidadosamente cada vez que te internabas en el cuarto de baño para hacer lo que tu llamas asearte.

Se acabó. Ya no me importa el apellido que llevarán mis hijos ni las conjeturas del futuro. Quiero vivir el presente. Soy una mujer bella, eso me siguen diciendo (no viene al caso quién), y no es posible que me sienta tan lejos de la satisfacción básica. Te confieso que hasta he llegado a mirar con interés particular, dejando volar mi imaginación, alguno de tus libros de anatomía humana masculina.

Michel, me voy. Sabrás dónde encontrarme si por algún motivo vuelve a interesarte tu vida más que la de los que vendrán. Haz uso de ese talento con el que impresionas y a veces asustas a tus conocidos. Espero que mis palabras te hagan recapacitar.

Con tristeza y afecto inevitable,

Anna Ponsarde Gemelle.

PD: Te dejo dos trozos de queso y unos panecillos recién horneados dentro de esa caja grande que tú llamas enfriador.

martes, 20 de febrero de 2007

Nuestra cancion

El espejo me devolvia un Elvis devastado pero prolijo.
Tal vez era el elegante hombre de Vitruvio q hacia equilibrio en pelotas estampado en la remera negra con cara de haber visto cosas terribles.

Me lave la cara freneticamente.
Habian pasado diez minutos desde el ultimo grito de Clara.
Ya era hora de salir del baño.

Abri la puerta como un ninja.
El efecto reparador de la calida luz del dia se desvanecio cuando vi las marcas q habian dejado sus patadas en la puerta.
Recorri la casa con exagerada determinación.
Todo indicaba q se habia ido.

Nuestra vida habia mutado radicalmente los ultimos años.

La conoci durante la gira promocional de "pintame", mi segundo disco.
Ella vivia un sueño. Podia ver la profunda admiración en sus ojos mientras haciamos el amor escuchando a Kenny G, bebiendo champaña entre velas de vainilla.
Pero con el tiempo, la naturaleza violenta de Clara se fue imponiendo, y en un abrir y cerrar de ojos estabamos inmersos en un universo de practicas sadomasoquistas extremas q empezaban a filtrarse en nuestra vida cotidiana.

Asi pase de Elvis Crespo a “filipino travesti” incluso frente a otras personas.

Tenia q relajarme. Tome una guitarra y me sente en una banqueta.
Empece a tararear buscando la confianza q el apluso de la gente habia sembrado en mi alguna vez.
Escuche la puerta lejos a mis espaldas. Quise darme vuelta pero estaba aterrado.
Senti sus ojos.
Tal vez miraba con melancolia, recordando los dias donde todavia me dejaba cantar en la casa. Renove el impetu. Cante para los dos.
Sus pasos la acercaban mientras la musica inundaba el ambiente.

Por un segundo senti q no todo estaba perdido.

De repente una terrible explosion sacudio mi realidad.
Cai al piso de espaldas. Me ardia la mitad de la cabeza.
Clara gritaba. Estaba aturdido y no entendia sus insultos.
Cuando pude fijar la vista, note q sostenia una guia telefonica con las dos manos y parecia dispuesta a volver a usarla.
Trate de levantarme. Me dolia la mandibula. Recibi otro golpe en la cabeza. Senti un intenso dolor en el cuello.
Me incopore y sali tambaleando como pude hasta la calle.

Caia la noche y caminaba hacia ninguna parte.
Clara se habia quedado con mi autoestima y el ochenta porciento de mi oido derecho.

Perdi para siempre la sonrisa del merengue bomba.
Me perdi entre la gente con la mirada del hombre de Vitruvio.

Mi Pentecostés

Anna lo supo ese domingo de Pentecostés, en misa. Lo supo en cuanto lo vio. Él de pie, al lado de las últimas bancas de la iglesia. El sector de los “haraganes e inútiles” según afirmaba Samuel, el padre de Anna. La Iglesia Protestante a la que asistían, era bien clara es este aspecto: Solo unos elegidos tendrían la salvación eterna. Y era a través del trabajo y la fortuna bien ahorrada como se demostraba ser un elegido. Por lo tanto, Anna tenía prohibido entablar cualquier contacto con personas que no integraran parte de su selecto círculo.
Pero Anna acababa de cumplir 16 años, y había empezado por primera vez a cuestionar –muy privadamente, eso sí- ciertos preceptos de la santa autoridad paterna.
Había empezado a sentir emociones que nada tenían que ver con “la buena vida cristiana”. Rezó por horas arrodillada sobre maíz para encontrar la fortaleza para abandonar el camino del pecado. Ayunó en secreto 3 días. Al amanecer del cuarto, se sintió más pura. Al quinto, domingo, fue a misa. Lo supo en cuanto lo vio. Definitivamente, ella estaba maldita. No sabía ni su nombre, y sin embargo, sabía que nunca jamás su alma iba a descansar en paz, y que no habría otras plegarias para ella más que las que él pudiera susurrar a su oído. Dios tenía rostro, y no era precisamente el que tenía aquél que colgaba en una cruz.
Esa mañana, no escuchó nada de lo que el predicador dijo. Sólo pensaba en esos ojos grises, que estaban solo a un par de metros detrás suyo. Los sentía fijos en su espalda. Sintió escalofríos. Al salir, caminó detrás de su padre, como una buena hija, mirada al suelo. Pero no pudo evitar mirarlo de reojo. Verlo sonreír terminó por aniquilar la poca cordura que aún le quedaba.


40 años mas tarde, en su húmeda y fría habitación de convento, la hermana Anna, como cada domingo cuando se festeja la venida del Espíritu Santo, lloró sobre su Biblia. Pero su devoción, nada tenía que ver con la religión de los hombres.

jueves, 15 de febrero de 2007

Casi Perfecto

Andrés tenía todo organizado. Hasta el último detalle. Eran las 7pm del miércoles previo a Semana Santa. Había salido del colegio como siempre, a las 5 de la tarde. Se iba con su familia a la casa de campo que el tío Ernesto tenía en 9 de Julio. Ernesto era soltero y aprovechó el fin de semana largo para darse una escapada a Gualeguaychú. A él le gustaba la ciudad fuera de la época de carnaval tanto como Andrés disfrutaba de Mar del Plata en invierno.
La previa a tan largo feriado le hacía dar grititos de histeria. Se estaban volviendo incontrolables, al punto que creyó que la profesora de inglés lo había agarrado en pleno ‘ataque’. Pero no le importaba.
Revisó todo lo que tenía preparado para el viaje en su mochila azul:
La parte musical incluía los siguientes CD’s:
-el “Dark Side of the Moon”.
-el de Nuno.
-el disco blanco doble.
-una selección de folclore.
Mientras que, teniendo en cuenta el alucinante home-theater® que el tío tenia en la casa, tambien llevó los siguientes DVD’s:
-el solista de David Gilmour.
-Los mejores videos de Queen.
Además, había conseguido una “joya”: El DVD del Imperio Contraataca remasterizado, prestado por el finde por su amigo Julián.
Ya había visto a su mama sacar del freezer los lomitos y el pan casero, que aprovechando los primeros fríos, se iban a tostar en la misma chimenea de la casa, armando lo ‘sanguches perfectos’, a base de lomo a las brasas, pan casero y mayoliva.
Llevaba consigo también el Hobbit, para volver a leer, juraba que en algún momento Bilbo decía odiar a Gandalf.
Puso su guitarra acústica en el estuche, junto con los cancioneros que él mismo había impreso en Internet, y encuadernado en tapa dura. Chequeó que el afinador tuviera buena batería (nunca pudo afinar bien de oído).
Le puso una tarjeta de $20 a su celular, para asegurarse crédito suficiente para mensajearse con Claudia, su compañera del club, con la que había salido al cine hacía una semana. En ese momento, ella le mandó un “te voy a extrañar”. El ataque de histeria le duró tiempo record, tanto que hasta le llegó a faltar aire.
Se subió al Fiat Palio de su viejo, y se puso a leer el Hobbit, mientras sonaba Falú en el estéreo del auto.
Dos horas y media después, habían entrado a 9 de Julio. Tenían unos 10km de calles internas hasta la tranquera. Sudó frío de alegría cuando su padre frenó, y le hizo el guiño a través del espejo retrovisor:
-Dale Andy, lleválo vos desde acá.

Andrés entró el auto por la tranquera con pulso profesional. Ni un solo bache agarró en todo el camino. Estacionó bajo la galería, puso el freno de mano, punto muerto, y apagó el motor. Papá le palmeó la espalda y mamá dijo:
-Si sigue así, pronto va a haber que comprarle un auto a Andy!
La histeria deformó su rostro, pero logró contenerla antes de ser sorprendido.

El campo estaba impecable. El aire frío pero soleado. El casero ya les había prendido la chimenea, y al entrar a la casa, lo recibió el aroma a madera de eucalipto quemándose. Fue a su habitación, y se puso a ordenar sus cosas para el eterno fin de semana. Ordenó todo con precisión milimétrica. Se puso a limpiar con un paño los discos, pensando en qué escribirle a Claudia. Su cara empezaba a deformarse nuevamente de felicidad cuando abrió el DVD del Imperio Contraataca. Su amigo tenía mezclados los discos, y le había mandado “El Ataque de los Clones”.

miércoles, 14 de febrero de 2007

Mentolictucs

Fue el quinto de siete cachorros. Su madre, Thalía, era cruza de una especie de ovejero alemán siberiano con fox terrier y algo más. Nunca se supo quién fue su padre. Suponen todos que Thalía quedó preñada esa vez que se escapó y estuvo afuera más de una semana y que, después de que se hizo la pegatina de los carteles con la foto y el teléfono con promesa de recompensa incluida, apareció un pibe de unos treinta, treinta y cinco años y la devolvió en perfectas condiciones.
Por alguna razón desconocida, este cachorro rengueó desde el día uno. Lo llevaron al veterinario, pero el tipo, por más fotos de animales que tenía en el corcho a la entrada del local bajo el cartelito “gracias por salvarnos la vida”, no tenía la menor idea de qué podía estar complicando el caminar del perrito. En las placas no salía nada raro y al tacto también estaba todo normal, salvo por el chillido repetido del renguito cada vez que el pulgar e índice del médico hacían presión cerca de su pata derecha delantera.
Los otros seis no le dejaban lugar para comer. La naturaleza es así. La madre se echaba para que comieran todos. Ocuparse del débil era complicar la existencia de los demás. Así que ahí se quedaba hasta que desaparecía el hambre de los normales. Después sí se acercaba al renguito y trataba, empujándolo con el hocico y la lengua, a veces incluso levantándolo del cuello, que aprendiera a comer, que desarrollara el instinto.
Pero el quinto estaba cada día más débil. Dormía en un rincón. Temblaba aunque hiciera calor. Lo alimentaban irregularmente con unos suplementos que el médico había recetado. Era difícil dárselos, se resistía con las fuerzas que le quedaban. Hasta que se cansaba y terminaba probando algo.
A pesar de todo no perdía las ganas de jugar o de correr. Parecía decidido a vivir una vida corta pero feliz. De exprimirla al máximo. Aunque no tenía chance contra los otros que ya a los pocos días casi lo duplicaban en tamaño, insistía desafiándolos, empujándolos y mostrándoles sus dientes ridículos mientras hacía un sonido bastante parecido a un gruñido disfónico.
Un lunes desapareció. A las pocas horas, ya todos resignados, buscaban el cadáver. Es común que el animal busque un recoveco para ir a morir tranquilo, dijo el veterinario por teléfono. Pero los recovecos estaban vacíos. Alguno de los otros tenía que habérselo comido. Pero era raro, se hubiera visto sangre. Por chico que fuera, el perrito no se iba a dejar tragar de un solo bocado. Y la madre, único animal de la casa capaz de hacerlo no podía ir tan en contra de su motor protector. Este cachorro no tenía las fuerzas para sobrevivir demasiado tiempo solo. Si había salido de la casa, a esa altura tenía que estar muerto. A la corta, todos terminaron aceptando el trágico final. Cierto era que a la madre le quedaban seis y este animalito había vivido más de lo que cualquiera hubiera dicho, y vivió feliz, así que en menos de una semana la casa volvía su ritmo normal habiendo hecho todos el duelo correspondiente.
Pero el rengo no estaba muerto. De noche había logrado cruzar el jardin del fondo y pasar del otro lado de la ligustrina por un agujero que encontró, quizás hecho por otros perros o algún gato valiente. Pegadas a la ligustrina del otro lado, lo esperaba una gran planta de menta peperina. Cansado, débil y sediento, se acomodó cerca del tallo y se quedó dormido.

Es muy rara la historia de este chanta. Apareció un día, ¿vos sabés? Estábamos acá con la vieja haciendo domingo, charlando de andá a saber qué, y escuchamos un llantito. Nos asustamos al principio, creíamos que era una rata, y vos sabés el julepe que me dan las ratas. Pero no, allá lejos venía el renguito dando saltitos. Enseguida nos encariñamos con él. Lo loco fue que no sólo apareció de la nada, como regalo del cielo, sino que estaba tapado de mugre y del olor de las plantas de allá. Yo estaba vestida de blanco, así que mamá lo alzó para que pare de temblar y lo llevó adentro para darle algo de comer y tomar. Quince días tendría cuando llegó. Por el olor que tenía mamá le puso ese nombre.

viernes, 9 de febrero de 2007

La sal

Faltaban 5 palitos para la balsa y no aparecian.
De ningun modo se iba a conformar con un bumeran q no vuelve.
Ademas no lo sabia.
Sabia la balsa y era lo mejor q podia hacer de esa tarde.

Todavia se escuchaban algunos ruidos.
Eran los numerosos primates q componian su espantosa familia.
Se acomodaban para recargar energias en la obscuridad y asaltar el final del dia como si no hubiera mañana. Estaban dispuestos a comerse las vacaciones y lamer el plato.
En trance.

Afortunadamente, el movimiento de la casa gradualmente decaia y el silencio inundaba el jardin.

Sus ojos, a la sombra del piluso, escaneaban el camino de arena q rodeaba el terreno.
Sostenia con asco 6 palitos en una mano (no podia dejar de pensar q alguien los habia chupado) y en la otra un piedra perfecta q nada tenia q ver con la balsa pero era irresistible al tacto.

Migas de caracol, chapitas, algunas piñas, ningun palito.

Todo lo q escuchaba eran insectos. El sol parecia mas cerca q nunca.
Se hacia imposible mirar las paredes blancas del frente sin entrecerrar los ojos.

Giro en la esquina tambaleando como un auto de rally y encontro otro palito.
Taba hirviendo. Reconto palitos y tiro la piedra perfecta. La fue a buscar.
Era perfecta. Decidio tirarla lo suficientemente lejos como para no poder arrepentirse.
Trato pero no tenia la fuerza necesaria, asi q volvio a buscarla y se la quedo.

El zumbido del sol se hacia mas intenso. Sintio un leve mareo.
Siguio caminando, arrastrando los pies. El calor adormecia.

Con los ojos practicamente cerrados vio algo q brillaba con intensidad.
Decidio agacharse pero se dejo caer de rodillas sobre la arena infernal.

Sus ojos sobresaturados no distinguian el objeto bajo su propia sombra.
Trato de agarrarlo torpemente. No podia. No veia.
Era finito como papel. Nada familiar.
Se dio vuelta para exponerlo al sol y lo primero q vio fue una gota obscura de sangre q caia sobre su dedo indice derecho. Solto todo.

Era un color de otra realidad.

Lamentablemente el llanto reflejo estaba en camino.
Sus ojos se llenaron de desesperacion y empezo a temblar.
Tomando el dedo con la otra mano como mostrandoselo a un adulto invisible, emprendio el camino hacia la casa.
Perdio una ojota y se tropezo. No cayo del todo.
Trato de volver a buscarla pero no la veia.
Exploto en llanto. Profundo y silencioso.
Sentia una lastima indescriptible.
Decidio dejarla y siguio.
Se miro las manos. La prolijidad de foto de banco habia desaparecido.
Era un desorden. Temblaba. Faltaba poco.
Su panorama visual se reducia al de un caballo con anteojeras.
Como si una sombra le entrara por las sienes.

Manoteo la puerta de la cocina. Estaba cerrada con llave.
Trato nuevamente. Ya no veia nada. No podia respirar.
No podia hacer mas. Insistia inútilmente entre baba y mocos.
Escucho el ruido de llaves abriendo la puerta desde otra dimension.
Se dejo caer a un lado de la puerta.

Faltaba hora y media para q el sol desaparezca.
La playa estaba vacia como casi siempre.
Ella, sus dos tias jugando a las cartas a lo lejos, su abuelo q se habia ido a caminar una barbaridad y Charles Atlas q pescaba escuchando el fulbor.
Se abrazaba sentada en la orilla esperando q las olas le enterraran los pies.
trataba de recordar: Una cama. Ventilador de techo. Mertiolate.“““jugo””” mocoreta. Adultos parloteando. Q era una yilet.

Vino la mama de las olas q la acariciaban hasta entonces.
Mezcla de susto y frustracion se miro la venda empapada.
Penso en la obscuridad y se le llenaron los ojos de lagrimas.
No habia vuelta atras.
Se tapo la cara para q Charles no se diera cuenta.

miércoles, 7 de febrero de 2007

Draffa Mirabela

Gordon Bellville fue hallado en su oficina, desplomado sobre su escritorio, por su secretaria Mindy. Bellville era el famoso dueño de una importante editorial. Decían de él que era un hombre orgullosamente metódico. Terriblemente puntual, jamás llamaba a las personas utilizando sobrenombres y nunca, según contó su secretaria, leyó un libro en idioma que no fuera el original. Aseguraba que era leer otra obra que necesariamente faltaba a la intención del artista. Mindy también contó que Bellville no tenía enemigos declarados y que era fanático de algunas series televisivas. Esto último llamaba la atención de Barnard, el detective a cargo, un principiante con sed de reconocimiento, porque él mismo era seguidor fiel de alguna de estas series.
Con extremo cuidado analizó la escena. No había signos de violencia. No se veía sangre. No iba a ser posible determinar el motivo del deceso de Bellville sin la intervención de los forenses. Barnard no encontró pistas que confirmaran alguna de las hipótesis que su cerebro armaba con extraordinaria facilidad. Mientras contenía su excitación a fuerza de prudencia artificial, notó que había un papel debajo del codo de Bellville. Inmediatamente se colocó guantes de látex y con la precisión de un neurocirujano lo extrajo y leyó en voz alta.

“De mi mayor consideración,
Redacto estas pocas palabras para despejar cualquier duda que surja acerca del repentino cambio de los términos de mi testamento.
Absolutamente nadie me mueve a hacerlo, lo hago porque creo firmemente que me dará la paz que necesito para recorrer mis últimas horas.
Fox Manning, mi médico de cabecera me ha diagnosticado una extraña enfermedad.
Fatalmente, me ha comunicado que me quedan, como máximo, unos pocos meses de vida.
A lo mejor, en su enérgico avance, la medicina logra dar con la cura de este mal, pero no puedo actuar basado en ilusiones.
Me veo obligado entonces a pensar en mi final.
Indudablemente, lo primero en lo que pienso, naturalmente, es en el mundo después de mi partida.
Roger, mi hijo mayor ha sido hasta hoy el único heredero designado para todo mi patrimonio.
A él le dejaba, hasta hoy, todo lo que poseo y no puedo llevarme al más allá.
Bueno, un hecho quizás trivial a la vista de todos, pero trascendente para mí, me ha hecho cambiar de parecer.
Es por eso que es mi último deseo que todo cuanto poseo sea destinado a obras de caridad, empezando por la escuela Rochester.
Lo he pensado bien y confío en que mi hijo entenderá la lógica de mi decisión.
Así como yo logré armar esta gran empresa empezando con unos pocos dólares, sé que él podrá hacer lo propio.”

Así terminaba la carta, que estaba sin firmar. Barnard clavó la mirada en un punto fijo. La secretaria preguntó si había encontrado algo raro en el escrito. “Claro”, contestó el detective. “Hay un código secreto muy sencillo a la vista del ojo entrenado. Sólo basta con ordenar consecutivamente las primeras letras de cada oración, incluyendo el encabezado. Tenemos el nombre de, por lo menos, quien ha sido el autor intelectual de este homicidio. Tranquilícese, Mindy. Gracias a la infinita base de datos del servicio de inteligencia, en cuestión de minutos aprehenderemos al culpable. O mejor dicho, la culpable.”

En ese momento sucedió algo increíble. El brazo de Bellville se movió. Barnard saltó hacia atrás y Mindy inundó la silenciosa oficina con un chillido rompecristales. Bellville estaba vivo.

Con la debilidad del que resucita, levantó la vista, visiblemente extrañado por la presencia del detective. “Buenas tardes”, se presentó, “¿el señor es...?” No sonaba malherido. Ni siquiera sonaba enfermo. "Detective Barnard", se presentó Barnard. “Mindy”, continuó Bellville casi sin escuchar la respuesta del policía, “¿Qué sucede? ¿Por qué la cara de terror? ¿Acaso nunca has visto a un hombre dormido? Tráeme un café inmediatamente, que debo atender al señor ¿cómo es su nombre?, y luego terminar con una pequeña broma que estoy preparando a mi hijo para su cumpleaños. Oye, Mindy, ¿no has visto el papel en el que estaba escribiendo? Diablos, lo perdí otra vez.”

lunes, 5 de febrero de 2007

Nunca Con Caliente

Las preposiciones no eran lo suyo. Ojo que Manuelito era bien despierto en eso del lenguaje. Escribía de lindo, decía Mirta, su maestra de 6º B. Adjetivos, los que quieras. “Lindo, bonito, bello, hermoso" y muchas más dijo en Feliz Domingo en una de las pruebas, allá por el año 88. Y ni hablar de los adverbios, sustantivos, OD, OI y lo que le pusieran enfrente.
Pero con las preposiciones no había caso che, no había vuelta que darle. Y eso que mamá Irma lo inscribió en clases de apoyo en el Instituto del barrio. Pero no se veían avances. Manuelito, en mitad de una frase, se despachaba con “estoy enamorado sobre Marielita”. Para qué decir que una vez no ganó el CONARIP de Oratoria en 7º, porque al hablar sobre la vida de un herrero dijo “Hijo mío, tienes que tomar las herraduras frías, nunca con caliente”. Y sonó, lógico.
Lo llevaron a todas partes, ojo. Nada de darse por vencidos. Mama Irma revolvió cielo y tierra con el tema este. Psicopedagogos, especialistas del aprendizaje, de todo. Una fortuna gastó la familia de Manuelito. Y él dale con mezclarlas.
Hasta que un día, tiraron la toalla. Leyeron en el Selecciones que no era bueno presionar tanto a un niño, que podía salir algo psicópata de grande. Así que lo dejaron ser, allá él con sus “as, sobres, pores, trases”. Era feliz -al menos sonreía mucho-, y eso es lo importante al final, ¿o no? ¿Qué más da un simple error del lenguaje?


Pero Manuelito no llegó a los 19 años. Cayó a un pozo que los inoperantes de segba no supieron tapar. Nunca vio el letrero de precaución. Con tanta preposición fallida, nadie se había dado cuenta que Manuelito también era cieguito.

sábado, 3 de febrero de 2007

Las cenizas

Como cada vez, su cabeza se aceleraba a lo caballo q torpemente va reconociendo el camino de vuelta a las casa. Ya se veia la tranquera a lo lejos y se salia de la vaina.
El auto aminoraba la marcha mientras los ocupantes disfrutaban de la brisa tan caracteristica del camino hacia el casco, el final del viaje, y las novedades q a simple vista delineaban lo que habia ocurrido en esas tierras desde el invierno pasado.
Tras la curva, los arboles parieron el yalet. Para el, salido de Dinastía.
El corazon se le salia bajo la camisita afuera talle midget de James Smart, q lo deschavaba a ocho hectareas.
Era un perfecto prepuber porteño en plena edad de las billeteras con velcro (a un anio y medio de convertirse en un imbecil).
Mucho ninja y cinco horas diarias nonstop de tv tirado en la cama de sus padres boca abajo con las patitas hacia arriba sosteniendo una almohada con la destreza del habito.
Comia seis tostadas con manteca y azucar q cuidadosamente iba dosificando con una obsesion q se iria acrecentando peligrosamente con el correr de lo años. Porq uai de quedarse sin el sabor de la manteca derretida en medio del lobo del aire. Seguramente esrtinfelou comia sus tostaditas mas tarde tambien.
Chelo y tostaditas. Concupiscencia. Tostaditas.

El auto se detuvo. Se abrio la jaula y James Smart salio corriendo dejando en octavo plano el balbuceo de su madre.
Una suerte de “chegos vo se grusen vor detrs des caballs”.
Uareba, su direccion era clara: el bosque. Mas precisamente necesitaba un palo.
Un palo para castigar cardos enemigos previa charla.
Cardo no quiero lastimarte, no me obligues.
Habia q demostrarle a la naturaleza q llego el hombre del palo y q si, puede estar fuera de su ecosistema pero vio mucha tele.

No habia dias en el campo ni horas ni nada.
James habia juntado coraje y le habia pedido al Zirilo q le preparara una yegua para ir a dar una vuelta. El coraje era mas bien por el Zirilo, q tenia pinta de soltar facil la cachetada. Cachetada terminal. El Zirilo tenia fuerza 1500 y 6 digitos en atitu.
Finalmente el equino esperaba atado.
James subio timidamente y emprendio el recorrido.
Su corcel, Tila.
Una potente yegua con la q habia establecido una entrañable amistad.
Lo cierto es q era caballo y tomaba clases de arpa lunes miércoles y viernes.
Ni siquiera era el mismo de la ultima vez.

Se animo al trote y al final del camino encontro una tranquera abierta.
Decidio meterse. El caballo.
James sintio la tension en las riendas, y Tila (q secretamente se llamaba el matungo culeao) emprendio un galope hacia la nada increscendo con el panico del mono q cargaba.
Tila, Tilaa puta madre, exclamaba James en toma subjetiva digna de Michael “richter” Fox en sus peores dias. Sus ojos se llenaron de lagrimas y ahora llevaba un bigote de mocos transparentes. Aehhh puta madre. Era una mariquita digna del taper 6C donde habitaba el resto del anio.

El puta madre se hizo tembloroso y James empezo a sentir un calor insportable q subia de sus pies a la cabeza como la onda expansiva de una bomba nuclear.
Justo cuando estaba a punto de colapsar, el animal se detuvo frente a una tranquera.
James trato de bajar temblando, se engancho en un estribo y cayo de espaldas sobre el rocio.
Su sistema nervioso ignoro el golpe. Estaba saturado.
Como pudo se apoyo en el cerco. Lejos.

Exploto en llanto. Llanto para todos. Casi como sabiendo como se sentiria en diez anios.
Sus babas del diablo colgaban del alambrado.
Con cara de estar pariendo a Godzilla, miraba el horizonte.
Esta vez con nocion de escala. Con respeto a lo inabarcable y mocos.
Puta madre, murmuraba mirando a la bestia automatica q movia la cola sacudiendose insectos con la indiferencia de la naturaleza. Sin limites entre lo vivo y lo muerto.
Sin “el milagro de la vida” de Socolinsky.

Se arrasrto hacia las casa iracundo, después triste.

Llego y se encontro con un tio de piluso q tomaba mate con cara de entender de q se trata la vida. Habia practicado como explicar todo con dignidad pero bastaron dos silabas para q el movimiento “todos por el llanto” derrocara el gobierno de su cabeza. Su tio intento tranquilizarlo sin mucho éxito y le dijo con una sonrisa q se encargaria de todo y salio de la casa. Sonrisa q ignoraba el profundo océano de dolor tras el llantito anecdotico. Como todos.

James Smart entro en la sala. Estaba solo.
El reloj calculadora, la gorra, las botas humedas, las pestilentes medias y el pantalón (empapado por la caida). La campera con forro de corderito, dos sweaters, camisa, remera manga corta, manga larga y camiseta.
Todo un traje de astronauta mariquita.

Se sento semidesnudo frente al hogar. Mocos.
Miro el fuego hipnotizado como siempre y deteniendo el tiempo intuyo como recordaria esos dias. Esos años. Puta madre, babeaba.
La luz se perdia. El fuego se iba. Era victima.
Acosto temblando su angustia en calzones en posición fetal, tratando de absorber el ultimo calor. Se quedo dormido.