lunes, 30 de abril de 2007

Almidón Fantasma

Ese día, me levante con ganas de vestirme bien. Pero bien BIEN. No tenía nada especial, solo me desperté con esta idea fija en mi mente. Vestirme bien. Para cambiar el mameluco de la fabrica donde laburaba. Y el patético jeans y remera celeste que me ponía al salir.
Enfrente de la parada del colectivo, había (sigue estando, creo) una casa de vestir de hombre, que se nota de clase.
Siempre me quedaba mirando esos trajes, imaginando la cara de garcas de los que irían dentro de ellos.
Pero esa mañana me levante, y dije, “tengo que tener uno”. Y repito, no tenía intenciones de ir a ninguna reunión, entrevista o de levantarme a ninguna mina. A los lugares donde frecuentaba, tener todos los dientes era mas que suficiente para ganar como si fuera actor de cine. Y por suerte, mi vieja siempre me rompió las bolas con eso de cepillarme los dientes después de cada comida. Y el calcio. ¡Cómo rompía las bolas con el calcio! Mi pobre viejita, que Dios la guarde en la gloria. Pero gracias a ella, tengo una sonrisa inmaculada. Y las negras, morían (sé que sigo despertando suspiros por ahí). Caían como moscas. Así que el traje, no era por amor. Era por mí. Sólo por mí.
Así que saque la guita que guardaba en un par de medias, y me fui al local sobre la avenida. Entre, y salió un maracaibo a recibirme. Me pregunto que qué deseaba, como si allí vendieran algo mas que trajes. No perdí el buen humor, y le dije “una buena pilcha”. Me llevo a los colgadores, y empezó a mostrarme distintos sacos. Pero yo quería el de la vidriera. Ese donde salía el actor famoso, éste, el del comercial de aspiradoras. Me dijo: “No amor, ese no podes pagarlo”.

Hoy me levante de nuevo con ganas de vestirme bien. Así que le pedí al rengo Lucho, de lavandería, que le pusiera esmero a mi traje a rayas, y que si usaba extra almidón, le daba unos fasos. No todos los días se consiguen fasos en la cárcel, y se canjean muy bien. Perpetua por orgulloso. ¡Ma sí!

miércoles, 18 de abril de 2007

El de la guitarra desafinada

Caímos sin darnos cuenta en un callejón sin salida. Estaban estas chicas, lindas chicas, de esas que uno prefiere no presentar a la familia pero sí a los amigos. Y estábamos nosotros, intentando arreglar una salida con ellas. La verdad, teníamos tan golpeada la autoestima y estábamos tan refugiados en esa amistad fanática que existía entre nosotros, que le hicimos una promesa al pelado Luis, que fue el que consiguió el contacto encarándose a la promotora del súper con el truco de la tarjeta personal y que yo represento modelos, y eso. Así fue que quedamos en que si prosperaba la reunión que veníamos organizando (y que sabíamos que podía terminar en cualquier cosa) le íbamos a hacer la segunda al pelado, pelándonos todos, para que no se sintiera menos adelante de estas mujercitas amantes del fiambre sin rebanar.

Cuando Giselle confirmó la presencia de las cinco, ni la dudamos. Corrimos al baño y, entre festejos, nos rapamos. Tijera primero y afeitadora después. Todo acompañado por interminables brindis con cerveza negra. Hasta altas horas de la noche, los cinco pelados reímos y compartimos anécdotas que todos conocíamos porque todo lo habíamos vivido juntos. Amigos de verdad.

El día de la fiesta, Daniel nos llamó para contarnos que andaba preocupado. Che, ustedes saben que yo me como las uñas. Desde que juego al loto, la posibilidad de ganar me pone ansioso y no puedo evitarlo. Tengo los dedos al aire, loco. Sobraban las palabras. Entendimos su mensaje y, en unos pocos minutos, nos pusimos a atacar nuestras uñas. O todos o nadie. Y ahora todos estábamos con las manos hechas un desastre. Las chicas entenderían y si no, que se jodan. Tienen que saber que no es fácil dormir tranquilo cuando uno puede volverse millonario de la noche a la mañana. Y sin fe no tiene sentido jugar, así que pelados como el pelado y sin uñas como Dani, ahí estaríamos esa misma tarde.

Tipo cuatro, Rolo llamó contándonos de su tatuaje de los Guns. Me lo hice hace bocha, éramos chicos. Vos te acordás, Ernesto, si me acompañaste. Y bue, sí, me da vergüenza, qué voy a hacer. Y no da llegar con manga larga. Mejor que lo vean de una. Mirá si a la mina no le gusta nada y me lo ve recién cuando nos desnudamos. ¿Qué hago con toda esa ilusión? No, loco. Estamos juntos en esta hasta el final. Una hora más tarde, todos teníamos la cruz de Guns tatuada en el hombro derecho.

Minutos antes de las siete sonó el teléfono. Atendí, pero no había nadie. Como nos conocemos mucho, supe que era Javier, que de los nervios se había quedado afónico. Parecía que me hablaba en Morse haciendo ruidos con la boca. Yo no sabía Morse, los otros chicos tampco, así que tardamos un rato en darnos cuenta de que no hablaba Morse, sino que estaba comiendo un chicle. Javier siempre come chicle. No por nada le decimos El loco Adams. Y bue, parece que se quedó afónico de los nervios. No siempre tenemos chicas tan lindas y tan bien predispuestas. Quedó acordado. Ninguno iba a decir una palabra. Somos un grupo o qué.

Llegamos a la casa de Giselle. Pelados, las uñas totalmente comidas, en completo silencio, con Axl y su gente en el brazo y todos vestidos con remera blanca y jean, para no sobresalir. Eso último lo pedí yo. La competencia por las mujeres tenía que ser justa y para nada superficial. Cuando uno tiene esta clase de amigos, se da cuenta de que no todos tenemos las mismas posibilidades económicas y es importante estar parados en el mismo lugar al momento de pelear por algo. La plata no tiene que influir en la felicidad de uno. Las chicas prejuzgan. Y a mí no me da la guita para andar comprando remeras con cocodrilos o polistas. Y los chicos entienden. Antes que gente somos amigos. Mismas chances para todos. Y a disfrutar.

Gise abrió la puerta. La reunión no duró demasiado. Nadie hablaba. Las chicas hacían preguntas tontas y nosotros respondíamos con señas. Sí o no, a lo sumo una sonrisa. No, no somos de ninguna secta religiosa. Sí, nos gustan los Guns. Sí, nos comemos las uñas, que no ves. No, no compramos la ropa con descuento. Las chicas no le ponían mucha onda. Así que me pareció bien dejar a los chicos hablando con ellas y pasar al baño y de paso, conocer la casa. En un cuarto al lado del baño encontré una guitarra, una linda acústica color madera clara. Me sé un par de acordes, así que la agarré y la calcé en mi falda y me puse a tocar. Ahí estaba, copado, poseído por la música, cuando apareció Olga, la más bajita de las chicas, para avisarme que había llegado el taxi que pedimos.

Nos fuimos celebrando nuestra amistad y hablando peste de las chicas. Qué poca onda le pusieron. Se joden, mirá los sementales que se perdieron. Reímos un rato más hasta que sonó el celular de Javier. Seguía afónico, así que atendí yo. Era Giselle, insultando a los gritos, quejándose de que uno de nosotros había meado toda la tabla del inodoro y que ni fue capaz de limpiarla con un poco de papel. Histérica. Decía que no estaba segura de quién de nosotros había sido, pero que éramos cinco enfermos anormales frics. Esto último lo dijo así, en castellano. Atrás se escuchaban los gritos de las demás. Pude reconocer la voz de Olguita que decía que estaba segura de saber quién había sido. Por lo que gritaba supe que hablaba de mí. Ningún otro había tocado la guitarra. Le dije que antes de juzgar, que por qué no va al baño y prueba la luz, que va a ver que no anda. Y qué clase de anfitriona es que ni siquiera pone una bombita en el baño para los invitados. Le corté, seguimos riéndonos un rato y decidimos parar en una estación de servicio para ir al baño. Todos tenemos que mear la tabla, loco. Somos amigos o qué.

lunes, 2 de abril de 2007

lomenemon despensable

Había una vez, en una aldea lejana lindante con las montañas del oeste, un personaje que mataba el tiempo escribiendo.
Para hacer la tarea mas sencilla –interesante, mentía él-, pedía títulos a amigos. Eso le hacía de ‘disparador creativo’, decía este apuesto personaje montañés.
Así, fueron sucediéndose diversos escritos. Algunos bastante menos logrados que otros, pero, ‘¿qué es el arte?’, solía conformarse con esa pregunta retórica.
Así fueron pasando los días, y el book literario de nuestro personaje, fue sumando hojas en formato ‘.doc’.
Logró historias interesantes gracias a títulos muy generadores, y también logró ‘zafar’ de títulos cuasi imposibles, con la gracia de un cisne chaikovskiano.
Se le empezaron a ir los humos a la cabeza, y llegó a pensar orgulloso: “tirame lo que sea que te lo hago cuento, papá”. Y así su ego subía de manera directamente proporcional a la palabras escritas. Soñó despierto que “uno nunca sabe, mirá si alguien groso se topa con este blog, y quien te dice, éh? Me la veo a Meryl Streep haciendo de la profe sanjuanina de Orificios. O más a nuestra escala, Pablo Echarri y Nancy Duplá de la pareja que va a alquilar un video en Amor y Constipación.” -deskaiwozdelimit-.

Pero todo gran sueño tiene su maldito despertar. Siempre existe la última raba en el plato. "lomenemon despensable".Soy sólo uno más.

miércoles, 28 de marzo de 2007

Dálmine Superstar

Estaba todo listo para la conferencia de prensa. Una treintena de periodistas agolpados en las 20 sillas de la sala de prensa esperaban la entrada del DT y de los referentes del equipo después de la gran victoria.

Se abrió una puerta lateral, entraron dos hombres de traje primero. Oscar Ulloa, DT, atrás, seguido por el goleador Balbuena y el número 5, Faldini, todos recién bañados. Inmediatamente ocuparon sus lugares entre la mesa de los micrófonos y el panel de publicidad, y se pidió la primera pregunta.

- Sí, buen día. Felipe Rossi, del Diario Deportivo Gambetita, Este es un resultado importante para ustedes. ¿Creen que cambian sus chances en relación al promedio de descenso?

Próxima pregunta.

- Sí, qué tal y felicitaciones. Ramón Baradero, de Recontradeportivo. Miré el partido muy sorprendido, la verdad. Me llamó mucho la atención una jugada en particular, en la que el arquero Dálmine se la pasa con la mano a-

- Mirá, disculpame que te interrumpa pibe, pero quiero dejar una cosa bien clarita. Acá el equipo es un equipo. No voy a hablar de actuaciones personales ni voy a tirarle flores a algún jugador en particular. La jugada que comentás es una de las tantas que practicamos en la semana y lo hacemos pensando en ganar, en el equipo y-

- Deté, e muy lindo muy lindo todo lo que dice, pero no é la verdad y lo sabe muy bien. Nosotro praticamo duro y armamo jugada epeciale y depué lajacemo y hacemo logole y-

- Perdonen, soy Miguel Fiordo del programa Me gusta la redonda. Y es verdad que fue una jugada muy particular. Yo no me había fijado, pero mi colega tiene razón cuando dice-

- Bueno, me va a contar a mí que soy el Director Técnico del equipo lo que-

- Pero Ulloa, noeasí, noeasí. Dálmine dijo que vayamo todoarriba meno Valdé y-

- Momento, hay algo que no entiendo. Soy Juan Francia del Diario Pasegol.

- ¿Y qué no entiende? ¿Que trabaja para un Diario sensacionalista que publica cualquier cosa?

- Eeee, pará que yo a vos no te dije nada. ¿Que estás resentido porque laburás para un programa que no ve nadie?

- Muchachos, muchachos, ubiquémonos. Estamos en conferencia de prensa.

Ulloa retomó la palabra.

- Voy a ser claro para evitar los malosentendidos. Dálmine es el arquero, es el número 1. Pero es parte de un equipo que lucha por no descender. Estamos todos juntos en esto. O nos salvamos todos o nos vamos todos a la D.

- ¿Ve? Usté mimo lo dice. É el número 1, e.

- Pero Faldini, es por la camiseta.

- Balbuena, vo lo decí porque só goleador. Te da bronca, te da. Mañana no va etá vo en la tapa del Gambetita. Va a está Dálmine, va aver.

- Pará, pibe. Te faltan años de ascenso para hablarme así.

- ¿Qué decí? ¿Taloco, vo? ¿Qué te pasa, viejito?

- Chicos, bueno, chicos, tranquilicémonos. Con esto no ganamos nada.

Ulloa separó a sus jugadores y dio por finalizada la conferencia de prensa. Los periodistas se abalanzaron sobre futbolistas, que se perdieron detrás de la puerta a los vestuarios.

Cuando volvió la calma, unos pocos periodistas quedaron comentando sobre lo sucedido. Mientras tanto, Baradero del Recontra, viajaba en taxi hacia la redacción, ansioso y feliz por haber destapado el conflicto del equipo, por haber descubierto la primicia de que el grupo estaba dividido. Por un lado del DT oficial, propuesto por la dirigencia apoyado por algunos jugadores. Por el otro, un arquero con gran trayectoria y sabiduría, que sin dudas manejaba los hilos de todo. Que no sólo armaba el planteo táctico, sino que ahora también armaba jugadas especiales que salvarían al equipo del descenso seguro.

lunes, 26 de marzo de 2007

Orificios

La bala salió despedida del potente Mágnum con un sonido fuerte y seco. El arma había caído accidentalmente junto con el bolso donde estaba guardada. El suboficial Ramón Victorino, guardaba el bolso lejos del alcance de sus hijos (de 6 y 9 años) en lo mas alto de una repisa. Tan alto lo guardaba, que tenía que subirse a la silla de su dormitorio cada vez que buscaba su bolso.
Esa tarde, la silla no estaba, Raquel, su mujer, la había mandado a retapizar, junto con los sillones del estar. Por lo tanto, Victorino se puso en puntas de pie para alcanzar el bolso. No fue suficiente. Mirando a su alrededor, vio la escoba contra el baño –qué hacía ahí, ni idea-. Ramón tomó la escoba por la parte de paja, e intentó enganchar el palo con la manija del bolso. Al segundo intento, lo logró, y simplemente tiró del mismo.
El cierre del bolso estaba abierto, y el arma cayó de costado, pegó contra el suelo y se percutó.
La bala de calibre 357 encontró poca resistencia en la mampostería de la humilde vivienda de suboficial honesto. Atravesó el living, destrozó el televisor Grundig y salió por la ventana abierta. En San Juan, era plena hora de siesta, así que por suerte, la calle estaba desierta. La bala siguió su curso por la plaza, espantó unas palomas que bebían en la fuente, y continuó curso hacia el norte.
Todo parecía indicar que perdería fuerza y sólo quedaría en la memoria de Ramón Victorino, como un terrible recuerdo junto con un “de la que zafé”. Pero, siempre hay un pero en estos relatos, la mala suerte decidió saltearse la siesta religiosa. Doña Irma, había decidido abrir su puesto de verduras antes de lo normal, ya que el dolor de cintura, no la dejaba estar en cama. Así que llevó su Rastrojero hacia la feria. Mientras manejaba, sintió un golpe metálico contra su camioneta. Luego, al llegar a la feria, vería un perfecto orificio en el chasis. Qué mala suerte, dijo. Pero no le dio mayor importancia, era solo un orificio mas en el destartalado vehículo. Pero la bala, se desvió contra la camioneta de Doña Irma, y tomo rumbo oeste. Justamente, por esa dirección, venía en su Renault 4, Juana Delucci, profesora de física de 4 año, del Colegio Nº 4 de San Juan. La bala habría pasado por el costado del auto, sino fuera porque el viejo neumático derecho del Renault quedó en llanta. Con tanta mala suerte, que la profesora Delucci, se había bajado a ver el porqué del “cloc- cloc-cloc” del auto.
La bala, destrozó su aorta, pero por la poca potencia que llevaba, no provoco orificio de salida.
Esa tarde, Joaquín Soto, alumno del 4º año del Colegio Nº 4 Sanjuanino, estaba en estado de pánico. No había estudiado nada para el final de física de esa tarde. Se había quedado toda la noche leyendo “Las Dos Torres” otra vez. Mientras se vestía para ir al colegio, desesperado, releía los apuntes de física, sin entender nada. Se odió por ser tan irresponsable. Si se llevaba física, se quedaba sin el viaje a Buenos Aires para visitar a su primo Víctor, con quien tan bien la pasaba. Se insultó una y otra vez, mientras caminaba al colegio.Cuando llegó, y vio que las puertas estaban cerradas, lleno de felicidad y emoción dijo “Que buena suerte!”

miércoles, 21 de marzo de 2007

No soy maníaco depresivo

El puterío era tal en la oficina a cargo del Dr. Muñón, que algo había que hacer. Se les ocurrió contratar a la gente de “Manejando gente SRL”, una empresa un miniorganigrama que empieza y termina con “RRHH”.

Llegó la gente de “Draivin pipol”, como les decía Dardo Muñón, y puso manos a la obra. El primer día ya habían organizado el cayual sandei, en el que dejaban que todos los empleados vinieran a la empresa vestidos como quisieran si venían el domingo, haciendo particular énfasis en que venir era opcional, la libertad del empleado primero. También habían arreglado con gente de los bares de los alrededores un descuento para los empleados. Tomando tres clericós, el quinto de regalo. Fue un éxito inmediato.

Pero el puterío seguía, así que armaron la cosa del amigo invisible. Anotaron los nombres de todos los empleados en papelitos que doblaron y metieron en un cajón, y cada uno pasaba y extraía la persona de la que sería amigo invisible. Se dijo que hubo tongo en el sorteo, pero nunca se comprobó. Tampoco se comprobó si el segundo nombre de Muñón era Segundo, como decía su papelito. El cinturón que usa dice sólo DM, pero parece que lo compró a la salida de un recital de Depeche.

El juego empezó inmediatamente. Ya corrían los regalos, bonobones, titas, marrocs, caramelos sueltos, empaquetados, hasta un desayuno preparado.

El miércoles de esa misma semana, dos días apenas de empezado el juego, Gladys Ador, a la que todos llamaban Raselcrau, porque se comía las eses, vino con la noticia de que Bulacio, el de mantenimiento, había descubierto la identidad de su amigo invisible, así que fin del juego. Había un ganador.

Se supo que fue determinante la segunda pista. La primera había sido una nota que podría haber venido de cualquiera. Decía, escrito en birome y bastante desprolijo “No soy maníaco depresivo”. Pero la segunda fue clarísima, una imprudencia del participante, que claramente no conocía bien la mecánica del juego. Era un sobre que contenía una llave común con un llavero de plástico de esos con cartelito adentro. Éste decía “Puerta de calle”. Y fue por error también que Bulacio descartó la posibilidad de que tuviera un compañero gay que lo estuviera seduciendo. La noche del martes pasó por el videoclub a alquilar la última de Grandinetti y por el mercado a comprar papel higiénico para el mes. Con las manos así de ocupadas, buscó en su bolsillo la llave de la puerta de abajo y abrió. Cuando dejó el papel higiénico sobre la mesa del comedor, como para guardarlo después, se dio cuenta de que la llave en su mano era la que le había mandado su amigo invisible, la del cartelito.

Así descubrió todo: la identidad de su amigo invisible, su mala suerte para sacar justo su nombre del sombrero en el que estaba el de todos los demás y su esquizofrenia avanzada.

lunes, 19 de marzo de 2007

Amor y Constipación

-"El día da para una peli. Pero no para una holibudiana. Algo mas raro".
Era lunes feriado. Estaba nublado y frío. Cecilia no se había sacado el pijama de Bob Esponja, aunque hacía mas de 3 horas que estábamos despiertos. Luego de definir al mejor de 7 un piedra, papel o tijera, me tocó traer criollitas, mendicrin y tang de pera a la cama. Así pretendíamos quedarnos hasta que anocheciera. Pero a eso de las 3 de la tarde, Ceci dijo que el día daba para una peli. Aunque eso indicaba que habría que salir hasta el videoclub, la idea me pareció buena. Como los dos estábamos para algo bien bizarro, obviamos el blockbuster, aunque nos quedaba a una hermosa cuadra de distancia. Pero pusimos garra, y fuimos caminando casi 6, hasta el video "Films y Menta", que sobrevivía gracias a su colección de películas nacionales y no-comerciales. Aunque yo odiaba los personajes modernos, estudiantes de cine, maquillaje, y músicos de saxo que solían frecuentar el video, puse buena cara –todo por Ceci- y fui. Nos vestimos con la misma ropa de la noche anterior, y salimos de la mano al local.
Ya habíamos visto todas las de Almodóvar, pero yo ya no me comía que su cine era ‘anti comercial’. Y eso nos llevó a una agria discusión con mi novia. Asi que, nada de cine español, por las dudas. Por otro lado, Woody Allen me tenía las bolas por el piso.
-"Se ahorcará con su clarinete algún día?", pregunté al terminar de ver “Match Point”.
-"No seas nabo, Ale, el tipo es un genio". Me dijo Sol, la hermana de Ceci que estudia decoración y toma té con jengibre, mientras se acomodaba sus anteojos cuadrados de marco grueso. A Ceci no le gustó que le dijera a Sol que se buscara una vida de verdad. Asi que nada ‘neoyorquino’ tampoco.
En pensar qué alquilar, se nos pasaron las 6 cuadras. Entramos, y el olor a sahumerio me hizo fruncir la nariz. Por suerte, no había clientes. Nos dividimos la tarea, Ceci en la parte “Nacional” y yo en las del resto del mundo, bajo el título “Directores que no toman mate”, hecho con cartulina reciclada.
De pronto dije:
-"Flaca, mirá que loca esta. La tenés?"
La tapa del video era absolutamente blanca, y escrito con marcador indeleble, en letra imprenta minúscula, decia “Amor y Constipación”. Nada mas. Ni pistas acerca del director, actores, mucho menos del tema.
-"Te animás?" Me dijo picarona Ceci.
-"Y daaaaaaaale". Dije imitando a Gargamuza.
La dueña del video, estaba leyendo un libro de Borges, así que casi ni nos prestó atención cuando le pagué y salimos del local.
Llegamos a casa y mientras yo volvía a quedarme en cortos y remera, Ceci ponía agua a calentar para unos mates.
Minutos más tarde, todo listo, de vuelta en la cama, la ansiedad por la misteriosa cinta se palpaba. Casi no hablábamos.
Saqué el video de su envase, y me di cuenta que era un video virgen. Era raro que fuera una copia, el local siempre trabajaba con originales. Sólo la sección “Cortos” contenía videos así. Trabajos de estudiantes. Pero éste, lo había sacado del otro estante.
Todo esto, sólo agregaba adrenalina a una situación ya bastante adrenalinizada. Lo metí, y puse “play”.


Ahora, tengo que hacer copias, sino una nena que se mueve como con epilepsia sale de la tele y se arma una que ni te cuento.

miércoles, 14 de marzo de 2007

Ernesticón 3

A las 6 sonó el teléfono. Era Mario, siempre puntual. Habíamos quedado así. El me despertaba temprano así llegábamos con todo. Me levanté en dos movimientos, sin las vueltas en la cama de todos los días. Ya tenía las calzas puestas para ganar tiempo. Me puse las medias blancas que tenía separadas, me calcé las ojotas y rengueé hasta el baño.

Me venía dejando la barba para ese día y me había crecido más de lo esperado. Nunca había tenido tanta. Agarré la tijerita y recorté un poco en la zona de los cachetes. Pasé a la afeitadora y la pasé con la precisión de un reloj suizo. Nunca entendí la analogía del reloj suizo. Al final me quedaron las patillas largas y la barba candado finita. Bastante parecido.

Me llené la cabeza de gel y separé el pelo hacia los costados, un poquito revueltos. La cara lista, era tiempo del cuerpo. Eran las 6.45.

Saqué del placard la camisa gris, me la puse metiendo la parte de abajo adentro de las calzas. Quedaba raro, pero estaba igualito. Ojoteando hasta la cocina, me preguntaba cómo le habría quedado a Mario su camisa gris.

Llegué a la heladera y saqué los huevos del maple que compré especialmente para el evento. Me lo apoyé en el pecho, la parte de abajo a la altura del ombligo y lo fijé con silvertape. Tres vueltas de cinta que de lejos se ven como las tres tiras del traje verdadero.

Me faltaban los anteojos y los tres relojes pulsera. Encontrar los relojes fue fácil. Como soy un obsesivo, me tomé el trabajo de ponerlos en hora. Uno con la hora de acá, los otros dos con la hora de Montevideo y Sri Lanka, igual que en la dos. Seguro que nadie iba a tomarse el trabajo de tanto detalle. Eran las 7.32 hora Buenos Aires.

Dónde había dejado los anteojos. Busqué adentro del cajón de la mesa de luz, abajo del sillón y hasta en la cucha del perro. Nada. Dónde estaban los anteojos. Pero ya no había tiempo, eran las 7.45 y Mario pasaba menos diez. Queríamos estar entre los primeros de la cola.

Timbre. Bajé y ahí estaba Mario. Estaba igual, el hijo de puta. Y tenía anteojos. Le pregunté si por casualidad había traído un par extra. Claro que no, me dijo. Estos supuestamente son irrompibles, ¿para qué voy a tener de repuesto? Y tenía razón, la pregunta era un insulto a nuestro ídolo.

Nos subimos al scooter y salimos disparados para el cine. Llegamos como a las ocho y cuarto. No se podía creer la gente que había. Como una cuadra de cola. Y la película empezaba recién a las 6 de la tarde. Era un espectáculo, había muy poca gente de civil. Todos con gel en la cabeza y anteojos negros, los irrompibles, los originales. Dónde estarían los míos, qué boludo. Y bueno, si me agarraban los de la tele, iba a decirles que los perdí en la última pelea contra Borbon, en la escena final de la 2.

miércoles, 7 de marzo de 2007

El caso Ayerza

Marga vivia con 3 cobayos de mugre.
Ella decia q era sola por decisión propia.
Era un bicho canasto pero no lo tenia muy claro.

Ya era la hora de prepararse el fernando on de rocs y ver el noticiero.
Habia escuchado lo de Ayerza la noche anterior y estaba como loca.
Porque Ayerza era cocainomano. Seguro.
Ademas se rumoreaba q era narcotraficante. Y puto.

Cerro la persiana y se dispuso a moldear el somier con su culo generoso.

Adopto la posición de ver tv.
Con las piernas cruzadas con el vaso en la mano izquierda y la derecha sosteniendo la servilleta, q absorbia la transpiración del fernet helado.

A las 20:25 estaba concentrada. Con ojos de niña, q eran un oasis en su cara abandonada.
Ahí estaba Ayerza, tapado con una campera como todo supuesto malhechor.
Marga empezo a largar frases entrecortadas como Andres Perciavalle hablando por telefono. No se queria perder detalle.

La casa estaba vacia, obscura y humeda.
Porq Marga era una loca de la limpieza pero hacia ya unos meses q no movia el culo.
Salia del circuito cuarto-cocina-baño solo una vez por mes para ir al super y pagar algunas cuentas.
Porq la plata no era un problema, no.
Era una excepcion en la lista de razones para suicidarse.

El noticiero de las 20 no habia colmado sus expectativas.
Pero quedaba el de las 21.
Otra vez la imagen de Ayerza con su camperita Verde.
Finalmente el climax llego cuando el abogado de Ayerza trataba de explicar no se q banana.
Por suerte para Marga, la casa se lleno de hijos de puta.

Hijo de puta. Deberian encerrarlos a todos, hijos de puta.
Mira esa barba, drogadiptos hijos de puta. Esa gente no puede andar suelta…
Pero callate hijo de puta. Solamente en este pais. Q hijo de puta.

Termino el noticiero y el fernando, q ya estaba en su sistema.

Fue a la cocina y sin prender la luz lleno un vasito con agua y se empastillo.
Se acosto con las piernas para arriba, gracias al abultado almohadon bajo el colchon.
Se acomodo ansiosa esperando el efecto del somnifero, mientras miraba el jesus de madera q la habia acompañado toda la vida.
Marga estaba acostumbrada a la enorme cama para ella sola.
Le habia dado sus mejores años a Reynaldo q le habia dado sus mejores años a Silvina, 750 años menor q el.

Cerro los ojos y recordo la sensación q tenia de niña cuando se sentia mal.
Nada podia sucederle mientras dormia. Era un gran parentesis. Un refugio.

Eran las 9 de la mañana
Se desperto con la voz del Paz Martinez sobre la señal de ajuste.
Habia regado la amohada con baba.
Se levanto como un fantasma, fue al baño y se sento a hacer pis.
Evitando el espejo buscaba patrones en el mosaico.
Se acordo del hijo de puta de Ayerza.

La criaturita de Dios volvio a la cama, y se durmió.

Los muertitos

Sandra estaba insoportable. Caminaba sin mirar atrás, apurada para llegar a la entrevista de trabajo. Jorge la seguía atrás, arrepentido de haberse ofrecido para acompañarla. Sí, ya sé que estás nerviosa, te perdono, te perdono. Dale, después festejamos y me dedicás el tiempo que me prometiste.

Cada segundo era decisivo. No se puede llegar tarde al trabajo el día cero. Es definirte como alguien impredecible, inoperante para administrar tiempos y tomar decisiones. ¿Quién te va a tomar así? Yo si fuera jefe y veo que me caés con esa camisa, te digo te llamamos en estos días y que pase el que sigue.

Jorge necesitaba parar un segundo. Sabía que cuanto más tranquilo está uno, mejor piensa. En la entrevista lo más importante son las buenas respuestas. ¿Qué importa si llegás tarde si tenés un buen justificativo? Donde hay una crisis, hay una oportunidad. Además, después, en las fiestas me hacés dar vueltas con el auto para llegar más tarde, porque es de perdedor llegar primero.

El muñeco rojo del semáforo dejaba de titilar y Sandra seguía caminando. Sabés la dirección, Jorge. No voy a esperarte. Si te querés quedar atrás, allá vos, nos vemos allá. Yo hoy voy a ganarme un puesto. Vos podrás quedarte en casa y ocuparte de las compras. Dale, cruzá, no seas hinchapelotas. No ahora. Y lo agarró del brazo y tiró de su muñeca.

La fuerza desmedida rompió la correa del reloj, un reloj relativamente caro, se banca el agua, todo. Jorge no es muy apegado a lo material, pero este reloj le había gustado desde hacía meses y le costó ahorrar, dejar de comprar sus revistas y CDs para darse el gusto. Una piecita gris se rompió y cayó a la calle gris, perdiéndose para siempre. El apretón hizo que Jorge instintivamente busque zafar, y el movimiento empeoró todo. El reloj cayó bien lejos. Rebotó una vez haciendo crac. Rebotó una segunda, desprendiéndose el vidrio.

¿Qué hacés? ¿Ves? Mirá lo que hiciste. Histérica. Inconsciente. ¿Tanto te importa este laburo? ¿Tanto para que te cagues en el resto del planeta? ¿Que no podés perder un minuto y hacer las cosas bien? Desubicada. Hace días que estás hecha una rompepelotas. Te acompañé a comprar ropa para esta entrevista. Te acompañé a comprar maquillaje para esta entrevista. Me maté tapando todas las cagadas que fuiste haciendo desde tu egoísmo total. Y ahora encima te estoy acompañando, ¿entendés? ¿No ves que quiero que te vaya bien? Boluda, yo quiero que entres a ese trabajito que te parece tan importante como para romperme el reloj, como para que te importe una mierda mi tiempo, mis cosas, mi esfuerzo. Sandra, mirame cuando te hablo. Vení acá, no me importa que llegues tarde ahora. ¿Que no te das cuenta? Es un laburo, Sandra. Ni siquiera, en realidad. Es una entrevista. Parece que no hubiera nada más. ¿Qué pasó con nuestros domingos de encierro feliz? Hace dos semanas que nada. ¿Y qué con la comida? Qué te creés, ¿que voy a seguir llenándome de pizza y empanadas? ¿Y todo por un trabajo? Sandra, mirá al cielo. Mirá, pelotuda. Mirá ese sol. ¿Te acordás de las vacaciones en Miramar? ¿Te acordás de cuando nos conocimos? La puta madre, la puta madre, yo tenía 17 años. 17 añitos, la puta madre. Y ahora mirame, con 24 y persiguiendo una mina que creí que me quería. Y miro al cielo y digo: 6 años. Pero no son nada, Sandri, nada. La gente vive 90, 100 hoy. ¿Sabés lo que es la medicina? Y vos te quejás por un día, por llegar tarde a una entrevista, como si fuera importante. Sandri, mirá la gente. Cada uno es un mundo. Cada uno, un universo. ¿Y a quién le importa tu entrevista del orto? Todos tienen su propia entrevista del orto. Un universo de miles de millones de kilómetros y vos acá, rompiéndome el reloj porque llegás tarde vestida con ese corpiño blanco porque el negro es de puta. Puta. Puta y ciega. Somos células, parte de algo mayor que ni siquiera es grande. Sandri, pará, volvé. Yo no quiero pelear. Sandri, vení, dame un abrazo. Sandri, dale, te amo.

Cambió el semáforo y el chofer del interno 43 de la línea 100 aceleró sin mirar adelante. Una señora se quejaba de que la máquina le había tragado la moneda y cuando el chofer escuchó “¡chofer, cuidado, los chicos!”, el chofer pensó que lo estaban insultando a él.

lunes, 5 de marzo de 2007

El Pusilánime

Estaban todos listos para que la reunión empezara formalmente. Había llegado Estercita, César, Magali, Alexis, Víctor, Don Luis y la moderadora, la gallega Lupe. Ya hacía años que asistían al grupo de autoayuda. Los unía la tragedia (según ellos) de tenerle miedo –pavor, pánico- a las mariposas. Tragedia, ya que es normal (incluso está bien visto) tenerle miedo a bichos desagradables y peligrosos, ya sean cucarachas, arañas e incluso polillas. ¿Pero, a las mariposas? ¿No debían ellas representar a la primavera, al amor, a la belleza?
Sin embargo, desde chicos, cada uno de los integrantes del grupo, sudaba frío al ver una mariposa acercarse. Incluso, temblaban ante una imagen en una revista. Fue muy comentado el caso de Magali, que vomitó en Madame Butterfly.
El caso es que por esas cosas que tiene la vida, se habían conectado y hacía años (más de 4) que se juntaban cada miércoles a las 8pm, en un anexo de la capilla del barrio. La gallega Lupe, psicóloga social, se había ofrecido como moderadora, ya que ella no le temía a las mariposas, sino a las “mariposhash”, por ser española; Lupe.
Las charlas de miércoles, los hacían sentirse mejor, no por superar la fobia, sino por saberse comprendidos por otras personas. Además, siempre pedían pizza al boliche de la plaza, y mandaban fainá de regalo. Encima, el último año, César había empezado a traer su guitarra, y se armaban unas reuniones regias. Para ese día, había prometido sacar Seminare.
Así que el clima, era más alegre que de costumbre. El verano llegaba a su fin, lo que traía consigo la muerte de los insectos alados. Para colmo, Víctor y Estercita venían chateando hacía una semana, y se habían animado a decirse muchas más cosas de las que creyeron capaces de decirse. Así que se miraban coquetos entre los hilos de muzzarella y dejaban escapar risas nerviosas. Don Luis se arregló los bigotes y dijo “Se ha forrrmado, una pareja”. Y César, con el “Sí” desafinadísimo, cantó “Nací para ti, y aquí me tienes”. Pero sólo llegó hasta esa estrofa. Tenía problemas con las cejillas aún. En todo esto y más estaba el fóbico grupo, cuando Alexis rompió en llantos. No podía seguir guardando su secreto, lo estaba matando, decía entre mocos. Todo ese tiempo con ellos, Alexis había sido un cobarde impostor. Por más que lo intentó y lo intentó, él nunca pudo temerle a las mariposas. Sólo lo impresionaban un poco. Apeniiitas.

miércoles, 28 de febrero de 2007

El quákero frenético

Vaya a saber uno por qué, ese día al jefe se le ocurrió volver a la oficina a la noche. Seguramente la mejor conexión a Internet en su lugar de trabajo que en su casa. Todos sabían que era fanático de los dibujitos animados y películas para chicos, cosas que pasan cuando uno asume responsabilidades demasiado pronto y las etapas no vividas se filtran en las que se están llevando naturalmente.

Con una torre de devedés en su mano y un paquete grande de papas fritas en la otra, salió del ascensor. Para su sorpresa, Fabián Figueroa seguía ahí, con sus ojeras iluminadas por la luz del monitor. Con vergüenza y cierto fastidio por no encontrarse solo lo saludó. “Figueroa, ¿qué hace acá todavía?” “Quiero adelantar trabajo, Señor, duermo mejor cuando las cosas están resueltas.” Contestaba sin sacar la vista del monitor y apretando los botones del mouse ininterrumpidamente.

Disimulando su curiosidad, el jefe rodeó el escritorio de Fabián para ver qué lo tenía tan ocupado. Había una mínima chance de que fueran dibujitos. Mientras se acercaba, inventó una excusa que explicaba su movimiento. “¿Recibió el mail general que envié antes de salir?” Fabián no pudo ocultar su nerviosismo. Ahora sí sacaba la vista del monitor, como si pudiera detener el paso del jefe, ganando tiempo para quién sabe qué.

Justo cuando llegó al frente del escritorio, el jefe descubrió que las imágenes del monitor se reflejaban en la ventana a espaldas de Figueroa. Vio cómo se cerraban dos ventanas y se minimizaba otra. Notó también el cambio en el gesto de su empleado, que ahora estaba repentinamente más tranquilo, en pleno control de sus actos.

“¿Lo puedo ayudar en algo?”, dijo el jefe mientras por fin quedaba de frente al monitor. “Eeeh… no, no, muchas gracias”, respondió Figueroa apurado, “de hecho acabo de terminar, me estaba yendo”. Figueroa se dio cuenta de que el jefe había visto cerrarse las ventanas. El jefe pensó rápido. “Ok, Figueroa, hágame un favorcito antes de irse. No apague su computadora, que necesito imprimir unas cosas que me olvidé y estoy teniendo problemas con el Office de mi computadora.” La cara de terror de Figueroa fue indescriptible. Ensayó después su mejor cara de tranquilidad artificial y torpemente juntó algunos papeles y los tiró en el interior de su portafolio. “Bueno, bueno, pero no se olvide de apagármela después”, inventó resignado, “la gente de la mañana me la usa sino para poner música y-“ “No se haga problema, vaya tranquilo”, lo cortó el jefe, mientras encontraba un lugar para su paquete de papas fritas.

Figueroa se levantó y se fue. En su camino a la puerta de salida giró la cabeza más de diez veces, como si tuviera un francotirador apuntándole a la cabeza. Finalmente se lo tragó el ascensor.

El jefe esperó unos minutos. Abrió el paquete de papas fritas y acomodó la torre de devedés al costado del monitor. Ya lo veía raro a este Figueroa. Siempre aislado, nunca hablando de fútbol, nunca comer afuera con los muchachos, siempre pasándose horas en el maxikiosco tirando sus monedas en la grúa sacapeluches.

Por las dudas abrió el Word. Enseguida hizo click en Inicio y Documentos, esperando resolver el misterio de lo último que Fabián había estado mirando. Nada. Abrió el navegador y revisó el historial. Nada. Si sabía algo de Fabián Figueroa era que era muy rápido, muy vivo. Maldijo esa eficiencia que todavía admiraba. Si seguía revisando, Figueroa se iba a dar cuenta. Esto terminaba mal.

Así que decidió imprimir alguno de sus trabajos, como para que quedara registro de lo que dijo que haría. Abrió un documento no confidencial al azar. Localesinterior.doc. Su cabeza ordenó Ctrl + P, pero su mano automática fue hacia el Ctrl + V. Una línea de texto en subrayada y en azul apareció al principio del documento, descentrando el título.

Una dirección de Internet: http://www.youtube.com/watch?v=RoTOzz6Eb_s

Hizo click. ¿Fabián? No, no era él. Qué misterio. Por lo menos había resuelto otro. Conocía algo más de su empleado. Ahora sabía por qué se pasaba horas en el maxikiosco.

lunes, 26 de febrero de 2007

12 Metros

33 años eran suficientes. ¿Cuánto tiempo más pensaban que alguien podría sobrevivir en un hoyo semejante? Marco nunca negó su culpabilidad. Había asesinado a su esposa a sangre fría, y por eso él iba a pagar. Pasaría encerrado lo que su señor Jesús había vivido encerrado en un cuerpo mortal. Luego, escaparía.
33 años de intachable conducta, le permitieron empezar el túnel, detrás de la biblioteca donde él trabajaba. Marco gozaba de ciertos beneficios, como una pequeña caja de herramientas con las que arreglaba los estantes de los libros más algún otro trabajo de carpintería..
El día que cumplió los 33 años de condena, empezó la tarea. Los estantes del fondo daban a una pared de ladrillos huecos. Así que solamente tuvo que sacar unos libros que nadie leía, desmontar unas tablas, y comenzar el lento proceso de picar los ladrillos con un par de destornilladores.
7 meses dedicó 3 horas diarias a picar, cavar y remover escombros con la paciencia y el cuidado que sólo Marco podía tener.
Cada centímetro que avanzaba, recordaba la mirada de sorpresa de su mujer, cuando se sintió apuñalada por él, su propio marido. Pero aún ahí la amó. Tal vez más que nunca. Pero ya era demasiado tarde, y Marco no era de arrepentirse de sus actos. Él le había dado todo, y ella lo había engañado. Se odió por seguir amándola todos esos 33 años.
Cada día que volvía de la biblioteca a su celda, lo hacía de la misma manera. Con un libro bajo el brazo y su caja de herramientas, que entregaba al guardia antes de la inspección de rutina. Una vez en su celda –que no compartía con nadie, otro beneficio- se ponía a ejercitar su cuerpo, usando unas mancuernas y los propios barrotes de su habitación. Así logró tener, a sus 63 años, un físico a prueba del tiempo.
Marco era, además, muy solitario. Sólo intercambiaba saludos de ocasión y hacía 4 años que su madre no lo visitaba, ya que estaba internada y senil. Por lo tanto, poco y pocos sabían de él. La mezcla de misterio y silencio lo habían transformado en una figura de respeto entre los guarias y demás internos.

7 meses de trabajo en el túnel lo habían depositado según sus cálculos, del otro lado del cierre perimetral. De ahí sólo tendría que esperar a la noche, para esconderse entre los bosques que rodeaban el penal.

*********

Los policías que lo hallaron a los 6 días, dijeron que era muy poco lo que le faltaba a Marco para llegar a la libertad. Unos pocos metros, dijeron. Nadie entendió porqué, estando tan cerca de la meta, Marco se había apuñalado a sí mismo con un destornillador. Los policías también dijeron que fue imposible cerrarle los párpados, en perenne mueca de asombro.

viernes, 23 de febrero de 2007

que paso?

Habia una vez un gendarme coquetisimo.
“Lo bueno de ser un gendarme es q no tenes dias de pelo malo” penso con picardia frente al espejo, acariciando su cabeza de moquette.

y se fue a hacer sus cosas gendarmeriles.

Pero algo saldria mal…

miércoles, 21 de febrero de 2007

Yo te avisé

Michel,

Imagino que no te sorprenderán estas líneas que tanto me cuesta escribir, pero necesito darle valor a mi vida, moverme hacia donde creo que tendré más chances de ser feliz.

Bien sabes que pasé momentos maravillosos contigo, incluso contemporáneos a aquellas regresiones tuyas al pleno proceso de luto por tus tan queridos que la peste se llevó. Realmente espero que recuerdes aquella ocasión mágica, creo que en primavera del 1548, en que caminábamos juntos por el parque, debatiendo sobre algunas de tus primeras visiones y su significado. Una charla tan interesante, con conclusiones tan devastadoras. Veía ese entusiasmo en tu mirada, conocí a tu niño interior y se me presentó, por primera vez con semejante contundencia, tu talento, que terminaría siendo mi verdugo.

Porque fue ese, mi siempre amado Michel, tu talento, que terminaría alejándonos el uno del otro, depositándonos en tiempos diferentes. Tú, en el infinito futuro, conviviendo con ese Hister, el Papa muerto y tantos otros personajes absurdos. Yo, en el efímero presente, tan sola y tan necesitada, a pesar de mis riquezas.

Todas las hubiera dado por que tú hubieras podido escapar de esa reclusión obligada, de esa autoimpuesta misión con el mundo, una misión que aún hoy no puedo entender. Todo cuianto poseo hubiera regalado para que te ocuparas de mí, y no hablo de mantenerme, de ninguna manera me refiero a lo material. Hablo de sentirte cerca. Lloro cada vez que vuelvo a esas caminatas en el parque, a esa ilusión de tu atención en mí y en mis pensamientos, algo que yo creía buena comunicación.

Pues bien, mi estimado Michel. Una dama tiene necesidades. Necesidades fisiológicas e inmediatas. No hablo de placeres carnales, hablo de algo mucho más profundo (yo también puedo hacerlo): hablo de hijos, de descendencia propia. Sé que tuviste los tuyos en el pasado y sé de su lamentable final. Pero no es excusa, mi querido, para encerrarte en ese egoísmo pleno, buscando tu realización personal, y menos si es a costa de la mía. Siempre quise hijos, desde que recuerdo que tengo esas ganas. Para ellos reservé las habitaciones del fondo, o creías que serían siempre depósitos alternativos para tus desordenados libros. Cansada estoy de tu palabrerío. Ya no me importa lo que pasará en 1999 o en la tragedia de la Ciudad Nueva.

Hijos. Quiero y quise hijos. Asumo que debes recordar, si acaso me estabas escuchando cuando te hablé del tema en reiteradas oportunidades, los nombres que ya tenía elegidos para ellos. Theodore y Michelle de Notredame. Como puedes ver ahora, nombres a la altura de tu ilustre apellido. Pero ya no, Michel, ya no. Recién ahora veo que ese futuro no está en tus planes. Tampoco en tus escritos, que revisé cuidadosamente cada vez que te internabas en el cuarto de baño para hacer lo que tu llamas asearte.

Se acabó. Ya no me importa el apellido que llevarán mis hijos ni las conjeturas del futuro. Quiero vivir el presente. Soy una mujer bella, eso me siguen diciendo (no viene al caso quién), y no es posible que me sienta tan lejos de la satisfacción básica. Te confieso que hasta he llegado a mirar con interés particular, dejando volar mi imaginación, alguno de tus libros de anatomía humana masculina.

Michel, me voy. Sabrás dónde encontrarme si por algún motivo vuelve a interesarte tu vida más que la de los que vendrán. Haz uso de ese talento con el que impresionas y a veces asustas a tus conocidos. Espero que mis palabras te hagan recapacitar.

Con tristeza y afecto inevitable,

Anna Ponsarde Gemelle.

PD: Te dejo dos trozos de queso y unos panecillos recién horneados dentro de esa caja grande que tú llamas enfriador.

martes, 20 de febrero de 2007

Nuestra cancion

El espejo me devolvia un Elvis devastado pero prolijo.
Tal vez era el elegante hombre de Vitruvio q hacia equilibrio en pelotas estampado en la remera negra con cara de haber visto cosas terribles.

Me lave la cara freneticamente.
Habian pasado diez minutos desde el ultimo grito de Clara.
Ya era hora de salir del baño.

Abri la puerta como un ninja.
El efecto reparador de la calida luz del dia se desvanecio cuando vi las marcas q habian dejado sus patadas en la puerta.
Recorri la casa con exagerada determinación.
Todo indicaba q se habia ido.

Nuestra vida habia mutado radicalmente los ultimos años.

La conoci durante la gira promocional de "pintame", mi segundo disco.
Ella vivia un sueño. Podia ver la profunda admiración en sus ojos mientras haciamos el amor escuchando a Kenny G, bebiendo champaña entre velas de vainilla.
Pero con el tiempo, la naturaleza violenta de Clara se fue imponiendo, y en un abrir y cerrar de ojos estabamos inmersos en un universo de practicas sadomasoquistas extremas q empezaban a filtrarse en nuestra vida cotidiana.

Asi pase de Elvis Crespo a “filipino travesti” incluso frente a otras personas.

Tenia q relajarme. Tome una guitarra y me sente en una banqueta.
Empece a tararear buscando la confianza q el apluso de la gente habia sembrado en mi alguna vez.
Escuche la puerta lejos a mis espaldas. Quise darme vuelta pero estaba aterrado.
Senti sus ojos.
Tal vez miraba con melancolia, recordando los dias donde todavia me dejaba cantar en la casa. Renove el impetu. Cante para los dos.
Sus pasos la acercaban mientras la musica inundaba el ambiente.

Por un segundo senti q no todo estaba perdido.

De repente una terrible explosion sacudio mi realidad.
Cai al piso de espaldas. Me ardia la mitad de la cabeza.
Clara gritaba. Estaba aturdido y no entendia sus insultos.
Cuando pude fijar la vista, note q sostenia una guia telefonica con las dos manos y parecia dispuesta a volver a usarla.
Trate de levantarme. Me dolia la mandibula. Recibi otro golpe en la cabeza. Senti un intenso dolor en el cuello.
Me incopore y sali tambaleando como pude hasta la calle.

Caia la noche y caminaba hacia ninguna parte.
Clara se habia quedado con mi autoestima y el ochenta porciento de mi oido derecho.

Perdi para siempre la sonrisa del merengue bomba.
Me perdi entre la gente con la mirada del hombre de Vitruvio.

Mi Pentecostés

Anna lo supo ese domingo de Pentecostés, en misa. Lo supo en cuanto lo vio. Él de pie, al lado de las últimas bancas de la iglesia. El sector de los “haraganes e inútiles” según afirmaba Samuel, el padre de Anna. La Iglesia Protestante a la que asistían, era bien clara es este aspecto: Solo unos elegidos tendrían la salvación eterna. Y era a través del trabajo y la fortuna bien ahorrada como se demostraba ser un elegido. Por lo tanto, Anna tenía prohibido entablar cualquier contacto con personas que no integraran parte de su selecto círculo.
Pero Anna acababa de cumplir 16 años, y había empezado por primera vez a cuestionar –muy privadamente, eso sí- ciertos preceptos de la santa autoridad paterna.
Había empezado a sentir emociones que nada tenían que ver con “la buena vida cristiana”. Rezó por horas arrodillada sobre maíz para encontrar la fortaleza para abandonar el camino del pecado. Ayunó en secreto 3 días. Al amanecer del cuarto, se sintió más pura. Al quinto, domingo, fue a misa. Lo supo en cuanto lo vio. Definitivamente, ella estaba maldita. No sabía ni su nombre, y sin embargo, sabía que nunca jamás su alma iba a descansar en paz, y que no habría otras plegarias para ella más que las que él pudiera susurrar a su oído. Dios tenía rostro, y no era precisamente el que tenía aquél que colgaba en una cruz.
Esa mañana, no escuchó nada de lo que el predicador dijo. Sólo pensaba en esos ojos grises, que estaban solo a un par de metros detrás suyo. Los sentía fijos en su espalda. Sintió escalofríos. Al salir, caminó detrás de su padre, como una buena hija, mirada al suelo. Pero no pudo evitar mirarlo de reojo. Verlo sonreír terminó por aniquilar la poca cordura que aún le quedaba.


40 años mas tarde, en su húmeda y fría habitación de convento, la hermana Anna, como cada domingo cuando se festeja la venida del Espíritu Santo, lloró sobre su Biblia. Pero su devoción, nada tenía que ver con la religión de los hombres.

jueves, 15 de febrero de 2007

Casi Perfecto

Andrés tenía todo organizado. Hasta el último detalle. Eran las 7pm del miércoles previo a Semana Santa. Había salido del colegio como siempre, a las 5 de la tarde. Se iba con su familia a la casa de campo que el tío Ernesto tenía en 9 de Julio. Ernesto era soltero y aprovechó el fin de semana largo para darse una escapada a Gualeguaychú. A él le gustaba la ciudad fuera de la época de carnaval tanto como Andrés disfrutaba de Mar del Plata en invierno.
La previa a tan largo feriado le hacía dar grititos de histeria. Se estaban volviendo incontrolables, al punto que creyó que la profesora de inglés lo había agarrado en pleno ‘ataque’. Pero no le importaba.
Revisó todo lo que tenía preparado para el viaje en su mochila azul:
La parte musical incluía los siguientes CD’s:
-el “Dark Side of the Moon”.
-el de Nuno.
-el disco blanco doble.
-una selección de folclore.
Mientras que, teniendo en cuenta el alucinante home-theater® que el tío tenia en la casa, tambien llevó los siguientes DVD’s:
-el solista de David Gilmour.
-Los mejores videos de Queen.
Además, había conseguido una “joya”: El DVD del Imperio Contraataca remasterizado, prestado por el finde por su amigo Julián.
Ya había visto a su mama sacar del freezer los lomitos y el pan casero, que aprovechando los primeros fríos, se iban a tostar en la misma chimenea de la casa, armando lo ‘sanguches perfectos’, a base de lomo a las brasas, pan casero y mayoliva.
Llevaba consigo también el Hobbit, para volver a leer, juraba que en algún momento Bilbo decía odiar a Gandalf.
Puso su guitarra acústica en el estuche, junto con los cancioneros que él mismo había impreso en Internet, y encuadernado en tapa dura. Chequeó que el afinador tuviera buena batería (nunca pudo afinar bien de oído).
Le puso una tarjeta de $20 a su celular, para asegurarse crédito suficiente para mensajearse con Claudia, su compañera del club, con la que había salido al cine hacía una semana. En ese momento, ella le mandó un “te voy a extrañar”. El ataque de histeria le duró tiempo record, tanto que hasta le llegó a faltar aire.
Se subió al Fiat Palio de su viejo, y se puso a leer el Hobbit, mientras sonaba Falú en el estéreo del auto.
Dos horas y media después, habían entrado a 9 de Julio. Tenían unos 10km de calles internas hasta la tranquera. Sudó frío de alegría cuando su padre frenó, y le hizo el guiño a través del espejo retrovisor:
-Dale Andy, lleválo vos desde acá.

Andrés entró el auto por la tranquera con pulso profesional. Ni un solo bache agarró en todo el camino. Estacionó bajo la galería, puso el freno de mano, punto muerto, y apagó el motor. Papá le palmeó la espalda y mamá dijo:
-Si sigue así, pronto va a haber que comprarle un auto a Andy!
La histeria deformó su rostro, pero logró contenerla antes de ser sorprendido.

El campo estaba impecable. El aire frío pero soleado. El casero ya les había prendido la chimenea, y al entrar a la casa, lo recibió el aroma a madera de eucalipto quemándose. Fue a su habitación, y se puso a ordenar sus cosas para el eterno fin de semana. Ordenó todo con precisión milimétrica. Se puso a limpiar con un paño los discos, pensando en qué escribirle a Claudia. Su cara empezaba a deformarse nuevamente de felicidad cuando abrió el DVD del Imperio Contraataca. Su amigo tenía mezclados los discos, y le había mandado “El Ataque de los Clones”.

miércoles, 14 de febrero de 2007

Mentolictucs

Fue el quinto de siete cachorros. Su madre, Thalía, era cruza de una especie de ovejero alemán siberiano con fox terrier y algo más. Nunca se supo quién fue su padre. Suponen todos que Thalía quedó preñada esa vez que se escapó y estuvo afuera más de una semana y que, después de que se hizo la pegatina de los carteles con la foto y el teléfono con promesa de recompensa incluida, apareció un pibe de unos treinta, treinta y cinco años y la devolvió en perfectas condiciones.
Por alguna razón desconocida, este cachorro rengueó desde el día uno. Lo llevaron al veterinario, pero el tipo, por más fotos de animales que tenía en el corcho a la entrada del local bajo el cartelito “gracias por salvarnos la vida”, no tenía la menor idea de qué podía estar complicando el caminar del perrito. En las placas no salía nada raro y al tacto también estaba todo normal, salvo por el chillido repetido del renguito cada vez que el pulgar e índice del médico hacían presión cerca de su pata derecha delantera.
Los otros seis no le dejaban lugar para comer. La naturaleza es así. La madre se echaba para que comieran todos. Ocuparse del débil era complicar la existencia de los demás. Así que ahí se quedaba hasta que desaparecía el hambre de los normales. Después sí se acercaba al renguito y trataba, empujándolo con el hocico y la lengua, a veces incluso levantándolo del cuello, que aprendiera a comer, que desarrollara el instinto.
Pero el quinto estaba cada día más débil. Dormía en un rincón. Temblaba aunque hiciera calor. Lo alimentaban irregularmente con unos suplementos que el médico había recetado. Era difícil dárselos, se resistía con las fuerzas que le quedaban. Hasta que se cansaba y terminaba probando algo.
A pesar de todo no perdía las ganas de jugar o de correr. Parecía decidido a vivir una vida corta pero feliz. De exprimirla al máximo. Aunque no tenía chance contra los otros que ya a los pocos días casi lo duplicaban en tamaño, insistía desafiándolos, empujándolos y mostrándoles sus dientes ridículos mientras hacía un sonido bastante parecido a un gruñido disfónico.
Un lunes desapareció. A las pocas horas, ya todos resignados, buscaban el cadáver. Es común que el animal busque un recoveco para ir a morir tranquilo, dijo el veterinario por teléfono. Pero los recovecos estaban vacíos. Alguno de los otros tenía que habérselo comido. Pero era raro, se hubiera visto sangre. Por chico que fuera, el perrito no se iba a dejar tragar de un solo bocado. Y la madre, único animal de la casa capaz de hacerlo no podía ir tan en contra de su motor protector. Este cachorro no tenía las fuerzas para sobrevivir demasiado tiempo solo. Si había salido de la casa, a esa altura tenía que estar muerto. A la corta, todos terminaron aceptando el trágico final. Cierto era que a la madre le quedaban seis y este animalito había vivido más de lo que cualquiera hubiera dicho, y vivió feliz, así que en menos de una semana la casa volvía su ritmo normal habiendo hecho todos el duelo correspondiente.
Pero el rengo no estaba muerto. De noche había logrado cruzar el jardin del fondo y pasar del otro lado de la ligustrina por un agujero que encontró, quizás hecho por otros perros o algún gato valiente. Pegadas a la ligustrina del otro lado, lo esperaba una gran planta de menta peperina. Cansado, débil y sediento, se acomodó cerca del tallo y se quedó dormido.

Es muy rara la historia de este chanta. Apareció un día, ¿vos sabés? Estábamos acá con la vieja haciendo domingo, charlando de andá a saber qué, y escuchamos un llantito. Nos asustamos al principio, creíamos que era una rata, y vos sabés el julepe que me dan las ratas. Pero no, allá lejos venía el renguito dando saltitos. Enseguida nos encariñamos con él. Lo loco fue que no sólo apareció de la nada, como regalo del cielo, sino que estaba tapado de mugre y del olor de las plantas de allá. Yo estaba vestida de blanco, así que mamá lo alzó para que pare de temblar y lo llevó adentro para darle algo de comer y tomar. Quince días tendría cuando llegó. Por el olor que tenía mamá le puso ese nombre.

viernes, 9 de febrero de 2007

La sal

Faltaban 5 palitos para la balsa y no aparecian.
De ningun modo se iba a conformar con un bumeran q no vuelve.
Ademas no lo sabia.
Sabia la balsa y era lo mejor q podia hacer de esa tarde.

Todavia se escuchaban algunos ruidos.
Eran los numerosos primates q componian su espantosa familia.
Se acomodaban para recargar energias en la obscuridad y asaltar el final del dia como si no hubiera mañana. Estaban dispuestos a comerse las vacaciones y lamer el plato.
En trance.

Afortunadamente, el movimiento de la casa gradualmente decaia y el silencio inundaba el jardin.

Sus ojos, a la sombra del piluso, escaneaban el camino de arena q rodeaba el terreno.
Sostenia con asco 6 palitos en una mano (no podia dejar de pensar q alguien los habia chupado) y en la otra un piedra perfecta q nada tenia q ver con la balsa pero era irresistible al tacto.

Migas de caracol, chapitas, algunas piñas, ningun palito.

Todo lo q escuchaba eran insectos. El sol parecia mas cerca q nunca.
Se hacia imposible mirar las paredes blancas del frente sin entrecerrar los ojos.

Giro en la esquina tambaleando como un auto de rally y encontro otro palito.
Taba hirviendo. Reconto palitos y tiro la piedra perfecta. La fue a buscar.
Era perfecta. Decidio tirarla lo suficientemente lejos como para no poder arrepentirse.
Trato pero no tenia la fuerza necesaria, asi q volvio a buscarla y se la quedo.

El zumbido del sol se hacia mas intenso. Sintio un leve mareo.
Siguio caminando, arrastrando los pies. El calor adormecia.

Con los ojos practicamente cerrados vio algo q brillaba con intensidad.
Decidio agacharse pero se dejo caer de rodillas sobre la arena infernal.

Sus ojos sobresaturados no distinguian el objeto bajo su propia sombra.
Trato de agarrarlo torpemente. No podia. No veia.
Era finito como papel. Nada familiar.
Se dio vuelta para exponerlo al sol y lo primero q vio fue una gota obscura de sangre q caia sobre su dedo indice derecho. Solto todo.

Era un color de otra realidad.

Lamentablemente el llanto reflejo estaba en camino.
Sus ojos se llenaron de desesperacion y empezo a temblar.
Tomando el dedo con la otra mano como mostrandoselo a un adulto invisible, emprendio el camino hacia la casa.
Perdio una ojota y se tropezo. No cayo del todo.
Trato de volver a buscarla pero no la veia.
Exploto en llanto. Profundo y silencioso.
Sentia una lastima indescriptible.
Decidio dejarla y siguio.
Se miro las manos. La prolijidad de foto de banco habia desaparecido.
Era un desorden. Temblaba. Faltaba poco.
Su panorama visual se reducia al de un caballo con anteojeras.
Como si una sombra le entrara por las sienes.

Manoteo la puerta de la cocina. Estaba cerrada con llave.
Trato nuevamente. Ya no veia nada. No podia respirar.
No podia hacer mas. Insistia inútilmente entre baba y mocos.
Escucho el ruido de llaves abriendo la puerta desde otra dimension.
Se dejo caer a un lado de la puerta.

Faltaba hora y media para q el sol desaparezca.
La playa estaba vacia como casi siempre.
Ella, sus dos tias jugando a las cartas a lo lejos, su abuelo q se habia ido a caminar una barbaridad y Charles Atlas q pescaba escuchando el fulbor.
Se abrazaba sentada en la orilla esperando q las olas le enterraran los pies.
trataba de recordar: Una cama. Ventilador de techo. Mertiolate.“““jugo””” mocoreta. Adultos parloteando. Q era una yilet.

Vino la mama de las olas q la acariciaban hasta entonces.
Mezcla de susto y frustracion se miro la venda empapada.
Penso en la obscuridad y se le llenaron los ojos de lagrimas.
No habia vuelta atras.
Se tapo la cara para q Charles no se diera cuenta.

miércoles, 7 de febrero de 2007

Draffa Mirabela

Gordon Bellville fue hallado en su oficina, desplomado sobre su escritorio, por su secretaria Mindy. Bellville era el famoso dueño de una importante editorial. Decían de él que era un hombre orgullosamente metódico. Terriblemente puntual, jamás llamaba a las personas utilizando sobrenombres y nunca, según contó su secretaria, leyó un libro en idioma que no fuera el original. Aseguraba que era leer otra obra que necesariamente faltaba a la intención del artista. Mindy también contó que Bellville no tenía enemigos declarados y que era fanático de algunas series televisivas. Esto último llamaba la atención de Barnard, el detective a cargo, un principiante con sed de reconocimiento, porque él mismo era seguidor fiel de alguna de estas series.
Con extremo cuidado analizó la escena. No había signos de violencia. No se veía sangre. No iba a ser posible determinar el motivo del deceso de Bellville sin la intervención de los forenses. Barnard no encontró pistas que confirmaran alguna de las hipótesis que su cerebro armaba con extraordinaria facilidad. Mientras contenía su excitación a fuerza de prudencia artificial, notó que había un papel debajo del codo de Bellville. Inmediatamente se colocó guantes de látex y con la precisión de un neurocirujano lo extrajo y leyó en voz alta.

“De mi mayor consideración,
Redacto estas pocas palabras para despejar cualquier duda que surja acerca del repentino cambio de los términos de mi testamento.
Absolutamente nadie me mueve a hacerlo, lo hago porque creo firmemente que me dará la paz que necesito para recorrer mis últimas horas.
Fox Manning, mi médico de cabecera me ha diagnosticado una extraña enfermedad.
Fatalmente, me ha comunicado que me quedan, como máximo, unos pocos meses de vida.
A lo mejor, en su enérgico avance, la medicina logra dar con la cura de este mal, pero no puedo actuar basado en ilusiones.
Me veo obligado entonces a pensar en mi final.
Indudablemente, lo primero en lo que pienso, naturalmente, es en el mundo después de mi partida.
Roger, mi hijo mayor ha sido hasta hoy el único heredero designado para todo mi patrimonio.
A él le dejaba, hasta hoy, todo lo que poseo y no puedo llevarme al más allá.
Bueno, un hecho quizás trivial a la vista de todos, pero trascendente para mí, me ha hecho cambiar de parecer.
Es por eso que es mi último deseo que todo cuanto poseo sea destinado a obras de caridad, empezando por la escuela Rochester.
Lo he pensado bien y confío en que mi hijo entenderá la lógica de mi decisión.
Así como yo logré armar esta gran empresa empezando con unos pocos dólares, sé que él podrá hacer lo propio.”

Así terminaba la carta, que estaba sin firmar. Barnard clavó la mirada en un punto fijo. La secretaria preguntó si había encontrado algo raro en el escrito. “Claro”, contestó el detective. “Hay un código secreto muy sencillo a la vista del ojo entrenado. Sólo basta con ordenar consecutivamente las primeras letras de cada oración, incluyendo el encabezado. Tenemos el nombre de, por lo menos, quien ha sido el autor intelectual de este homicidio. Tranquilícese, Mindy. Gracias a la infinita base de datos del servicio de inteligencia, en cuestión de minutos aprehenderemos al culpable. O mejor dicho, la culpable.”

En ese momento sucedió algo increíble. El brazo de Bellville se movió. Barnard saltó hacia atrás y Mindy inundó la silenciosa oficina con un chillido rompecristales. Bellville estaba vivo.

Con la debilidad del que resucita, levantó la vista, visiblemente extrañado por la presencia del detective. “Buenas tardes”, se presentó, “¿el señor es...?” No sonaba malherido. Ni siquiera sonaba enfermo. "Detective Barnard", se presentó Barnard. “Mindy”, continuó Bellville casi sin escuchar la respuesta del policía, “¿Qué sucede? ¿Por qué la cara de terror? ¿Acaso nunca has visto a un hombre dormido? Tráeme un café inmediatamente, que debo atender al señor ¿cómo es su nombre?, y luego terminar con una pequeña broma que estoy preparando a mi hijo para su cumpleaños. Oye, Mindy, ¿no has visto el papel en el que estaba escribiendo? Diablos, lo perdí otra vez.”

lunes, 5 de febrero de 2007

Nunca Con Caliente

Las preposiciones no eran lo suyo. Ojo que Manuelito era bien despierto en eso del lenguaje. Escribía de lindo, decía Mirta, su maestra de 6º B. Adjetivos, los que quieras. “Lindo, bonito, bello, hermoso" y muchas más dijo en Feliz Domingo en una de las pruebas, allá por el año 88. Y ni hablar de los adverbios, sustantivos, OD, OI y lo que le pusieran enfrente.
Pero con las preposiciones no había caso che, no había vuelta que darle. Y eso que mamá Irma lo inscribió en clases de apoyo en el Instituto del barrio. Pero no se veían avances. Manuelito, en mitad de una frase, se despachaba con “estoy enamorado sobre Marielita”. Para qué decir que una vez no ganó el CONARIP de Oratoria en 7º, porque al hablar sobre la vida de un herrero dijo “Hijo mío, tienes que tomar las herraduras frías, nunca con caliente”. Y sonó, lógico.
Lo llevaron a todas partes, ojo. Nada de darse por vencidos. Mama Irma revolvió cielo y tierra con el tema este. Psicopedagogos, especialistas del aprendizaje, de todo. Una fortuna gastó la familia de Manuelito. Y él dale con mezclarlas.
Hasta que un día, tiraron la toalla. Leyeron en el Selecciones que no era bueno presionar tanto a un niño, que podía salir algo psicópata de grande. Así que lo dejaron ser, allá él con sus “as, sobres, pores, trases”. Era feliz -al menos sonreía mucho-, y eso es lo importante al final, ¿o no? ¿Qué más da un simple error del lenguaje?


Pero Manuelito no llegó a los 19 años. Cayó a un pozo que los inoperantes de segba no supieron tapar. Nunca vio el letrero de precaución. Con tanta preposición fallida, nadie se había dado cuenta que Manuelito también era cieguito.

sábado, 3 de febrero de 2007

Las cenizas

Como cada vez, su cabeza se aceleraba a lo caballo q torpemente va reconociendo el camino de vuelta a las casa. Ya se veia la tranquera a lo lejos y se salia de la vaina.
El auto aminoraba la marcha mientras los ocupantes disfrutaban de la brisa tan caracteristica del camino hacia el casco, el final del viaje, y las novedades q a simple vista delineaban lo que habia ocurrido en esas tierras desde el invierno pasado.
Tras la curva, los arboles parieron el yalet. Para el, salido de Dinastía.
El corazon se le salia bajo la camisita afuera talle midget de James Smart, q lo deschavaba a ocho hectareas.
Era un perfecto prepuber porteño en plena edad de las billeteras con velcro (a un anio y medio de convertirse en un imbecil).
Mucho ninja y cinco horas diarias nonstop de tv tirado en la cama de sus padres boca abajo con las patitas hacia arriba sosteniendo una almohada con la destreza del habito.
Comia seis tostadas con manteca y azucar q cuidadosamente iba dosificando con una obsesion q se iria acrecentando peligrosamente con el correr de lo años. Porq uai de quedarse sin el sabor de la manteca derretida en medio del lobo del aire. Seguramente esrtinfelou comia sus tostaditas mas tarde tambien.
Chelo y tostaditas. Concupiscencia. Tostaditas.

El auto se detuvo. Se abrio la jaula y James Smart salio corriendo dejando en octavo plano el balbuceo de su madre.
Una suerte de “chegos vo se grusen vor detrs des caballs”.
Uareba, su direccion era clara: el bosque. Mas precisamente necesitaba un palo.
Un palo para castigar cardos enemigos previa charla.
Cardo no quiero lastimarte, no me obligues.
Habia q demostrarle a la naturaleza q llego el hombre del palo y q si, puede estar fuera de su ecosistema pero vio mucha tele.

No habia dias en el campo ni horas ni nada.
James habia juntado coraje y le habia pedido al Zirilo q le preparara una yegua para ir a dar una vuelta. El coraje era mas bien por el Zirilo, q tenia pinta de soltar facil la cachetada. Cachetada terminal. El Zirilo tenia fuerza 1500 y 6 digitos en atitu.
Finalmente el equino esperaba atado.
James subio timidamente y emprendio el recorrido.
Su corcel, Tila.
Una potente yegua con la q habia establecido una entrañable amistad.
Lo cierto es q era caballo y tomaba clases de arpa lunes miércoles y viernes.
Ni siquiera era el mismo de la ultima vez.

Se animo al trote y al final del camino encontro una tranquera abierta.
Decidio meterse. El caballo.
James sintio la tension en las riendas, y Tila (q secretamente se llamaba el matungo culeao) emprendio un galope hacia la nada increscendo con el panico del mono q cargaba.
Tila, Tilaa puta madre, exclamaba James en toma subjetiva digna de Michael “richter” Fox en sus peores dias. Sus ojos se llenaron de lagrimas y ahora llevaba un bigote de mocos transparentes. Aehhh puta madre. Era una mariquita digna del taper 6C donde habitaba el resto del anio.

El puta madre se hizo tembloroso y James empezo a sentir un calor insportable q subia de sus pies a la cabeza como la onda expansiva de una bomba nuclear.
Justo cuando estaba a punto de colapsar, el animal se detuvo frente a una tranquera.
James trato de bajar temblando, se engancho en un estribo y cayo de espaldas sobre el rocio.
Su sistema nervioso ignoro el golpe. Estaba saturado.
Como pudo se apoyo en el cerco. Lejos.

Exploto en llanto. Llanto para todos. Casi como sabiendo como se sentiria en diez anios.
Sus babas del diablo colgaban del alambrado.
Con cara de estar pariendo a Godzilla, miraba el horizonte.
Esta vez con nocion de escala. Con respeto a lo inabarcable y mocos.
Puta madre, murmuraba mirando a la bestia automatica q movia la cola sacudiendose insectos con la indiferencia de la naturaleza. Sin limites entre lo vivo y lo muerto.
Sin “el milagro de la vida” de Socolinsky.

Se arrasrto hacia las casa iracundo, después triste.

Llego y se encontro con un tio de piluso q tomaba mate con cara de entender de q se trata la vida. Habia practicado como explicar todo con dignidad pero bastaron dos silabas para q el movimiento “todos por el llanto” derrocara el gobierno de su cabeza. Su tio intento tranquilizarlo sin mucho éxito y le dijo con una sonrisa q se encargaria de todo y salio de la casa. Sonrisa q ignoraba el profundo océano de dolor tras el llantito anecdotico. Como todos.

James Smart entro en la sala. Estaba solo.
El reloj calculadora, la gorra, las botas humedas, las pestilentes medias y el pantalón (empapado por la caida). La campera con forro de corderito, dos sweaters, camisa, remera manga corta, manga larga y camiseta.
Todo un traje de astronauta mariquita.

Se sento semidesnudo frente al hogar. Mocos.
Miro el fuego hipnotizado como siempre y deteniendo el tiempo intuyo como recordaria esos dias. Esos años. Puta madre, babeaba.
La luz se perdia. El fuego se iba. Era victima.
Acosto temblando su angustia en calzones en posición fetal, tratando de absorber el ultimo calor. Se quedo dormido.

miércoles, 31 de enero de 2007

Mal humor 19:45

A los 14, los mellizos Ballester ya habían dejado ver su lado salvaje. Habían formado “Por ahí se hace caca”, una banda de música con tres chicas del barrio. Fabio voz y primera guitarra, Omar el redoblante y Eleonora, Gaby y Milena, coros. Fabio casi no afinaba, pero le sobraba actitud, y Omar le daba al redoblante como si fuera un teléfono público que le tragó la moneda. Hacían punk porque hace saltar a las chicas, y Milena no porque era gorda y tenía una enfermedad rara en la piel que le dejaba cascaritas, pero las otras dos transpiraditas estaban para convertirse en narigón.

Tres veces por semana se juntaban a ensayar. A las chicas les gustaban las letras rebeldes de Omar. Una canción, por ejemplo, hablaba de la condena de usar ropa. Otra defenestraba la monogamia. Fabio y Omar eran tan diferentes a pesar de ser mellizos. Omar era flaco, prolijo y con un mechón rubio como el resto de su pelo que caía vertical hasta la comisura derecha de su boca. Fabio también, pero era analfabeto. Los Ballester padres no esperaban mellizos y no iban a cambiar su estilo de vida tan cómodo para formar dos pibes en lugar de uno. Suponían bien que si invertían en uno, esa unión inexplicable de los mellizos iba a hacer que el otro recibiera conocimientos casi por ósmosis.

Omar entonces tenía prohibido salir de la casa. A los Ballester les importa el quedirán. Fabio tenía prohibida la actividad social excesiva. Los queremos a los dos por igual y no está bien hacer diferencia. Aunque Fabio conocía gente del colegio y del barrio, siempre que lo invitaban a algún lado tenía que decir que no. Gracias a Dios y a su deficiente comunicación del “no robarás”, un día desapareció el Dodge de los Ballester y quedó el garage vacío, y como la Para tí de ese mes traía una nota a Pavarotti que decía que daría su vida por haber tenido una banda de garage, los Ballester padres compraron para sus hijos una guitarra y un redoblante en los clasificados de tengounhijoadolescente.com.ar, link que salió naturalmente de la misma Para ti.

Un día los Ballester padres salieron y se olvidaron de desconectar el teléfono. Los chicos, tan necesitados de alguien con quién hablar, marcaron un número similar al de ellos. Dieron con la casa de Gaby, que se enamoró instantáneamente de la tonada de encerrado analfabeto de Fabio. Así llegaron a la banda. Los Ballester padres dieron de baja el teléfono, pero dejaron que las chicas vinieran a estar con sus hijos. Ya habían escuchado las primeras composiciones de “Por ahí se hace caca” y tenían terror de que tuvieran algún desorden sexual perverso: que les gustaran los power rangers o algo. Nada más lejos.

Los chicos eran amantes de la seducción y de los placeres que se hacen esperar, así que mientras las chicas saltaban mostrando los lamparones de sudor en lugares de texturas imantadas, las trataban con una indiferencia controlada digna del cura adentro del confesionario. De todos modos, como les inquietaba la idea de que las chicas se cansaran de tanto fuego y poco asado, inventaron un jueguito. Se sentaron en ronda y acostaron en el centro el reloj de pared de la cocina. Ocuparon lugares fijos. Fabio, Eleonora, Milena, Omar y Gaby. Sabiendo que al reloj nunca se le habían cambiado las pilas, hicieron un pacto de amor. Ahí donde señalaran las agujas al morir el reloj, quedaría formada una pareja. Sería el fin de la virginidad para dos, pero debían practicar este acto de amor y fidelidad a la vista de los demás. Placer para todos.

Como todas las tardes, ese jueves se sentaron con su vaso de naranja en los lugares de la ronda. Fabio miraba a Gaby, rogando para que el reloj quedara quieto a la una y veinte o las cinco y diez, aunque tuvieran que esperar al otro día para verlo si pasaba de madrugada. Gaby, muy en sus adentros, incluso donde la transpiración no llegaba, pedía lo mismo. Omar en cambio, no dejaba de pensar en Eleonora feliz de transpiración seca en el momento en que el reloj fijara el destino de felicidad para los dos a las ocho en punto o a las doce menos veinte. Milena sólo quería que por lo menos alguna de las agujas muriera en el nueve, tan cerca de ella. Y si tenía la suerte de que pararan las dos en ese punto, iba a intentar convencer a los Ballester de que los dos la acompañaran al fin de la castidad.

El ferviente deseo de Milena se cumplió parcialmente. Su primera y única vez le cambió la vida. Para Omar en cambio, la cosa fue un poco más difícil. Se hizo homosexual y, después de un extraño trastorno psicológico quedó completamente analfabeto. Cerca de las 8:00 ese día, “Por ahí se hace caca” se disolvió y nunca terminaron ninguna de las dos canciones.