miércoles, 21 de febrero de 2007

Yo te avisé

Michel,

Imagino que no te sorprenderán estas líneas que tanto me cuesta escribir, pero necesito darle valor a mi vida, moverme hacia donde creo que tendré más chances de ser feliz.

Bien sabes que pasé momentos maravillosos contigo, incluso contemporáneos a aquellas regresiones tuyas al pleno proceso de luto por tus tan queridos que la peste se llevó. Realmente espero que recuerdes aquella ocasión mágica, creo que en primavera del 1548, en que caminábamos juntos por el parque, debatiendo sobre algunas de tus primeras visiones y su significado. Una charla tan interesante, con conclusiones tan devastadoras. Veía ese entusiasmo en tu mirada, conocí a tu niño interior y se me presentó, por primera vez con semejante contundencia, tu talento, que terminaría siendo mi verdugo.

Porque fue ese, mi siempre amado Michel, tu talento, que terminaría alejándonos el uno del otro, depositándonos en tiempos diferentes. Tú, en el infinito futuro, conviviendo con ese Hister, el Papa muerto y tantos otros personajes absurdos. Yo, en el efímero presente, tan sola y tan necesitada, a pesar de mis riquezas.

Todas las hubiera dado por que tú hubieras podido escapar de esa reclusión obligada, de esa autoimpuesta misión con el mundo, una misión que aún hoy no puedo entender. Todo cuianto poseo hubiera regalado para que te ocuparas de mí, y no hablo de mantenerme, de ninguna manera me refiero a lo material. Hablo de sentirte cerca. Lloro cada vez que vuelvo a esas caminatas en el parque, a esa ilusión de tu atención en mí y en mis pensamientos, algo que yo creía buena comunicación.

Pues bien, mi estimado Michel. Una dama tiene necesidades. Necesidades fisiológicas e inmediatas. No hablo de placeres carnales, hablo de algo mucho más profundo (yo también puedo hacerlo): hablo de hijos, de descendencia propia. Sé que tuviste los tuyos en el pasado y sé de su lamentable final. Pero no es excusa, mi querido, para encerrarte en ese egoísmo pleno, buscando tu realización personal, y menos si es a costa de la mía. Siempre quise hijos, desde que recuerdo que tengo esas ganas. Para ellos reservé las habitaciones del fondo, o creías que serían siempre depósitos alternativos para tus desordenados libros. Cansada estoy de tu palabrerío. Ya no me importa lo que pasará en 1999 o en la tragedia de la Ciudad Nueva.

Hijos. Quiero y quise hijos. Asumo que debes recordar, si acaso me estabas escuchando cuando te hablé del tema en reiteradas oportunidades, los nombres que ya tenía elegidos para ellos. Theodore y Michelle de Notredame. Como puedes ver ahora, nombres a la altura de tu ilustre apellido. Pero ya no, Michel, ya no. Recién ahora veo que ese futuro no está en tus planes. Tampoco en tus escritos, que revisé cuidadosamente cada vez que te internabas en el cuarto de baño para hacer lo que tu llamas asearte.

Se acabó. Ya no me importa el apellido que llevarán mis hijos ni las conjeturas del futuro. Quiero vivir el presente. Soy una mujer bella, eso me siguen diciendo (no viene al caso quién), y no es posible que me sienta tan lejos de la satisfacción básica. Te confieso que hasta he llegado a mirar con interés particular, dejando volar mi imaginación, alguno de tus libros de anatomía humana masculina.

Michel, me voy. Sabrás dónde encontrarme si por algún motivo vuelve a interesarte tu vida más que la de los que vendrán. Haz uso de ese talento con el que impresionas y a veces asustas a tus conocidos. Espero que mis palabras te hagan recapacitar.

Con tristeza y afecto inevitable,

Anna Ponsarde Gemelle.

PD: Te dejo dos trozos de queso y unos panecillos recién horneados dentro de esa caja grande que tú llamas enfriador.

2 comentarios:

Mariano dijo...

Que viaje literario mas placentero. Genial.

Anónimo dijo...

Delicioso.