miércoles, 21 de marzo de 2007

No soy maníaco depresivo

El puterío era tal en la oficina a cargo del Dr. Muñón, que algo había que hacer. Se les ocurrió contratar a la gente de “Manejando gente SRL”, una empresa un miniorganigrama que empieza y termina con “RRHH”.

Llegó la gente de “Draivin pipol”, como les decía Dardo Muñón, y puso manos a la obra. El primer día ya habían organizado el cayual sandei, en el que dejaban que todos los empleados vinieran a la empresa vestidos como quisieran si venían el domingo, haciendo particular énfasis en que venir era opcional, la libertad del empleado primero. También habían arreglado con gente de los bares de los alrededores un descuento para los empleados. Tomando tres clericós, el quinto de regalo. Fue un éxito inmediato.

Pero el puterío seguía, así que armaron la cosa del amigo invisible. Anotaron los nombres de todos los empleados en papelitos que doblaron y metieron en un cajón, y cada uno pasaba y extraía la persona de la que sería amigo invisible. Se dijo que hubo tongo en el sorteo, pero nunca se comprobó. Tampoco se comprobó si el segundo nombre de Muñón era Segundo, como decía su papelito. El cinturón que usa dice sólo DM, pero parece que lo compró a la salida de un recital de Depeche.

El juego empezó inmediatamente. Ya corrían los regalos, bonobones, titas, marrocs, caramelos sueltos, empaquetados, hasta un desayuno preparado.

El miércoles de esa misma semana, dos días apenas de empezado el juego, Gladys Ador, a la que todos llamaban Raselcrau, porque se comía las eses, vino con la noticia de que Bulacio, el de mantenimiento, había descubierto la identidad de su amigo invisible, así que fin del juego. Había un ganador.

Se supo que fue determinante la segunda pista. La primera había sido una nota que podría haber venido de cualquiera. Decía, escrito en birome y bastante desprolijo “No soy maníaco depresivo”. Pero la segunda fue clarísima, una imprudencia del participante, que claramente no conocía bien la mecánica del juego. Era un sobre que contenía una llave común con un llavero de plástico de esos con cartelito adentro. Éste decía “Puerta de calle”. Y fue por error también que Bulacio descartó la posibilidad de que tuviera un compañero gay que lo estuviera seduciendo. La noche del martes pasó por el videoclub a alquilar la última de Grandinetti y por el mercado a comprar papel higiénico para el mes. Con las manos así de ocupadas, buscó en su bolsillo la llave de la puerta de abajo y abrió. Cuando dejó el papel higiénico sobre la mesa del comedor, como para guardarlo después, se dio cuenta de que la llave en su mano era la que le había mandado su amigo invisible, la del cartelito.

Así descubrió todo: la identidad de su amigo invisible, su mala suerte para sacar justo su nombre del sombrero en el que estaba el de todos los demás y su esquizofrenia avanzada.

5 comentarios:

gen71 dijo...

Asi somos los psicóticos... yo no dije eso, fué Bulacio.

Mariano dijo...

Muy logrado. Te congratulo.

Mariano dijo...

!

Anónimo dijo...

me acabo de enterar de que en eso del amigo invisible había un ganador, interesante.

Anónimo dijo...

Muy lindo mientras llega el tucumano.