miércoles, 7 de marzo de 2007

Los muertitos

Sandra estaba insoportable. Caminaba sin mirar atrás, apurada para llegar a la entrevista de trabajo. Jorge la seguía atrás, arrepentido de haberse ofrecido para acompañarla. Sí, ya sé que estás nerviosa, te perdono, te perdono. Dale, después festejamos y me dedicás el tiempo que me prometiste.

Cada segundo era decisivo. No se puede llegar tarde al trabajo el día cero. Es definirte como alguien impredecible, inoperante para administrar tiempos y tomar decisiones. ¿Quién te va a tomar así? Yo si fuera jefe y veo que me caés con esa camisa, te digo te llamamos en estos días y que pase el que sigue.

Jorge necesitaba parar un segundo. Sabía que cuanto más tranquilo está uno, mejor piensa. En la entrevista lo más importante son las buenas respuestas. ¿Qué importa si llegás tarde si tenés un buen justificativo? Donde hay una crisis, hay una oportunidad. Además, después, en las fiestas me hacés dar vueltas con el auto para llegar más tarde, porque es de perdedor llegar primero.

El muñeco rojo del semáforo dejaba de titilar y Sandra seguía caminando. Sabés la dirección, Jorge. No voy a esperarte. Si te querés quedar atrás, allá vos, nos vemos allá. Yo hoy voy a ganarme un puesto. Vos podrás quedarte en casa y ocuparte de las compras. Dale, cruzá, no seas hinchapelotas. No ahora. Y lo agarró del brazo y tiró de su muñeca.

La fuerza desmedida rompió la correa del reloj, un reloj relativamente caro, se banca el agua, todo. Jorge no es muy apegado a lo material, pero este reloj le había gustado desde hacía meses y le costó ahorrar, dejar de comprar sus revistas y CDs para darse el gusto. Una piecita gris se rompió y cayó a la calle gris, perdiéndose para siempre. El apretón hizo que Jorge instintivamente busque zafar, y el movimiento empeoró todo. El reloj cayó bien lejos. Rebotó una vez haciendo crac. Rebotó una segunda, desprendiéndose el vidrio.

¿Qué hacés? ¿Ves? Mirá lo que hiciste. Histérica. Inconsciente. ¿Tanto te importa este laburo? ¿Tanto para que te cagues en el resto del planeta? ¿Que no podés perder un minuto y hacer las cosas bien? Desubicada. Hace días que estás hecha una rompepelotas. Te acompañé a comprar ropa para esta entrevista. Te acompañé a comprar maquillaje para esta entrevista. Me maté tapando todas las cagadas que fuiste haciendo desde tu egoísmo total. Y ahora encima te estoy acompañando, ¿entendés? ¿No ves que quiero que te vaya bien? Boluda, yo quiero que entres a ese trabajito que te parece tan importante como para romperme el reloj, como para que te importe una mierda mi tiempo, mis cosas, mi esfuerzo. Sandra, mirame cuando te hablo. Vení acá, no me importa que llegues tarde ahora. ¿Que no te das cuenta? Es un laburo, Sandra. Ni siquiera, en realidad. Es una entrevista. Parece que no hubiera nada más. ¿Qué pasó con nuestros domingos de encierro feliz? Hace dos semanas que nada. ¿Y qué con la comida? Qué te creés, ¿que voy a seguir llenándome de pizza y empanadas? ¿Y todo por un trabajo? Sandra, mirá al cielo. Mirá, pelotuda. Mirá ese sol. ¿Te acordás de las vacaciones en Miramar? ¿Te acordás de cuando nos conocimos? La puta madre, la puta madre, yo tenía 17 años. 17 añitos, la puta madre. Y ahora mirame, con 24 y persiguiendo una mina que creí que me quería. Y miro al cielo y digo: 6 años. Pero no son nada, Sandri, nada. La gente vive 90, 100 hoy. ¿Sabés lo que es la medicina? Y vos te quejás por un día, por llegar tarde a una entrevista, como si fuera importante. Sandri, mirá la gente. Cada uno es un mundo. Cada uno, un universo. ¿Y a quién le importa tu entrevista del orto? Todos tienen su propia entrevista del orto. Un universo de miles de millones de kilómetros y vos acá, rompiéndome el reloj porque llegás tarde vestida con ese corpiño blanco porque el negro es de puta. Puta. Puta y ciega. Somos células, parte de algo mayor que ni siquiera es grande. Sandri, pará, volvé. Yo no quiero pelear. Sandri, vení, dame un abrazo. Sandri, dale, te amo.

Cambió el semáforo y el chofer del interno 43 de la línea 100 aceleró sin mirar adelante. Una señora se quejaba de que la máquina le había tragado la moneda y cuando el chofer escuchó “¡chofer, cuidado, los chicos!”, el chofer pensó que lo estaban insultando a él.

No hay comentarios.: