miércoles, 18 de abril de 2007

El de la guitarra desafinada

Caímos sin darnos cuenta en un callejón sin salida. Estaban estas chicas, lindas chicas, de esas que uno prefiere no presentar a la familia pero sí a los amigos. Y estábamos nosotros, intentando arreglar una salida con ellas. La verdad, teníamos tan golpeada la autoestima y estábamos tan refugiados en esa amistad fanática que existía entre nosotros, que le hicimos una promesa al pelado Luis, que fue el que consiguió el contacto encarándose a la promotora del súper con el truco de la tarjeta personal y que yo represento modelos, y eso. Así fue que quedamos en que si prosperaba la reunión que veníamos organizando (y que sabíamos que podía terminar en cualquier cosa) le íbamos a hacer la segunda al pelado, pelándonos todos, para que no se sintiera menos adelante de estas mujercitas amantes del fiambre sin rebanar.

Cuando Giselle confirmó la presencia de las cinco, ni la dudamos. Corrimos al baño y, entre festejos, nos rapamos. Tijera primero y afeitadora después. Todo acompañado por interminables brindis con cerveza negra. Hasta altas horas de la noche, los cinco pelados reímos y compartimos anécdotas que todos conocíamos porque todo lo habíamos vivido juntos. Amigos de verdad.

El día de la fiesta, Daniel nos llamó para contarnos que andaba preocupado. Che, ustedes saben que yo me como las uñas. Desde que juego al loto, la posibilidad de ganar me pone ansioso y no puedo evitarlo. Tengo los dedos al aire, loco. Sobraban las palabras. Entendimos su mensaje y, en unos pocos minutos, nos pusimos a atacar nuestras uñas. O todos o nadie. Y ahora todos estábamos con las manos hechas un desastre. Las chicas entenderían y si no, que se jodan. Tienen que saber que no es fácil dormir tranquilo cuando uno puede volverse millonario de la noche a la mañana. Y sin fe no tiene sentido jugar, así que pelados como el pelado y sin uñas como Dani, ahí estaríamos esa misma tarde.

Tipo cuatro, Rolo llamó contándonos de su tatuaje de los Guns. Me lo hice hace bocha, éramos chicos. Vos te acordás, Ernesto, si me acompañaste. Y bue, sí, me da vergüenza, qué voy a hacer. Y no da llegar con manga larga. Mejor que lo vean de una. Mirá si a la mina no le gusta nada y me lo ve recién cuando nos desnudamos. ¿Qué hago con toda esa ilusión? No, loco. Estamos juntos en esta hasta el final. Una hora más tarde, todos teníamos la cruz de Guns tatuada en el hombro derecho.

Minutos antes de las siete sonó el teléfono. Atendí, pero no había nadie. Como nos conocemos mucho, supe que era Javier, que de los nervios se había quedado afónico. Parecía que me hablaba en Morse haciendo ruidos con la boca. Yo no sabía Morse, los otros chicos tampco, así que tardamos un rato en darnos cuenta de que no hablaba Morse, sino que estaba comiendo un chicle. Javier siempre come chicle. No por nada le decimos El loco Adams. Y bue, parece que se quedó afónico de los nervios. No siempre tenemos chicas tan lindas y tan bien predispuestas. Quedó acordado. Ninguno iba a decir una palabra. Somos un grupo o qué.

Llegamos a la casa de Giselle. Pelados, las uñas totalmente comidas, en completo silencio, con Axl y su gente en el brazo y todos vestidos con remera blanca y jean, para no sobresalir. Eso último lo pedí yo. La competencia por las mujeres tenía que ser justa y para nada superficial. Cuando uno tiene esta clase de amigos, se da cuenta de que no todos tenemos las mismas posibilidades económicas y es importante estar parados en el mismo lugar al momento de pelear por algo. La plata no tiene que influir en la felicidad de uno. Las chicas prejuzgan. Y a mí no me da la guita para andar comprando remeras con cocodrilos o polistas. Y los chicos entienden. Antes que gente somos amigos. Mismas chances para todos. Y a disfrutar.

Gise abrió la puerta. La reunión no duró demasiado. Nadie hablaba. Las chicas hacían preguntas tontas y nosotros respondíamos con señas. Sí o no, a lo sumo una sonrisa. No, no somos de ninguna secta religiosa. Sí, nos gustan los Guns. Sí, nos comemos las uñas, que no ves. No, no compramos la ropa con descuento. Las chicas no le ponían mucha onda. Así que me pareció bien dejar a los chicos hablando con ellas y pasar al baño y de paso, conocer la casa. En un cuarto al lado del baño encontré una guitarra, una linda acústica color madera clara. Me sé un par de acordes, así que la agarré y la calcé en mi falda y me puse a tocar. Ahí estaba, copado, poseído por la música, cuando apareció Olga, la más bajita de las chicas, para avisarme que había llegado el taxi que pedimos.

Nos fuimos celebrando nuestra amistad y hablando peste de las chicas. Qué poca onda le pusieron. Se joden, mirá los sementales que se perdieron. Reímos un rato más hasta que sonó el celular de Javier. Seguía afónico, así que atendí yo. Era Giselle, insultando a los gritos, quejándose de que uno de nosotros había meado toda la tabla del inodoro y que ni fue capaz de limpiarla con un poco de papel. Histérica. Decía que no estaba segura de quién de nosotros había sido, pero que éramos cinco enfermos anormales frics. Esto último lo dijo así, en castellano. Atrás se escuchaban los gritos de las demás. Pude reconocer la voz de Olguita que decía que estaba segura de saber quién había sido. Por lo que gritaba supe que hablaba de mí. Ningún otro había tocado la guitarra. Le dije que antes de juzgar, que por qué no va al baño y prueba la luz, que va a ver que no anda. Y qué clase de anfitriona es que ni siquiera pone una bombita en el baño para los invitados. Le corté, seguimos riéndonos un rato y decidimos parar en una estación de servicio para ir al baño. Todos tenemos que mear la tabla, loco. Somos amigos o qué.

No hay comentarios.: