miércoles, 31 de enero de 2007

Mal humor 19:45

A los 14, los mellizos Ballester ya habían dejado ver su lado salvaje. Habían formado “Por ahí se hace caca”, una banda de música con tres chicas del barrio. Fabio voz y primera guitarra, Omar el redoblante y Eleonora, Gaby y Milena, coros. Fabio casi no afinaba, pero le sobraba actitud, y Omar le daba al redoblante como si fuera un teléfono público que le tragó la moneda. Hacían punk porque hace saltar a las chicas, y Milena no porque era gorda y tenía una enfermedad rara en la piel que le dejaba cascaritas, pero las otras dos transpiraditas estaban para convertirse en narigón.

Tres veces por semana se juntaban a ensayar. A las chicas les gustaban las letras rebeldes de Omar. Una canción, por ejemplo, hablaba de la condena de usar ropa. Otra defenestraba la monogamia. Fabio y Omar eran tan diferentes a pesar de ser mellizos. Omar era flaco, prolijo y con un mechón rubio como el resto de su pelo que caía vertical hasta la comisura derecha de su boca. Fabio también, pero era analfabeto. Los Ballester padres no esperaban mellizos y no iban a cambiar su estilo de vida tan cómodo para formar dos pibes en lugar de uno. Suponían bien que si invertían en uno, esa unión inexplicable de los mellizos iba a hacer que el otro recibiera conocimientos casi por ósmosis.

Omar entonces tenía prohibido salir de la casa. A los Ballester les importa el quedirán. Fabio tenía prohibida la actividad social excesiva. Los queremos a los dos por igual y no está bien hacer diferencia. Aunque Fabio conocía gente del colegio y del barrio, siempre que lo invitaban a algún lado tenía que decir que no. Gracias a Dios y a su deficiente comunicación del “no robarás”, un día desapareció el Dodge de los Ballester y quedó el garage vacío, y como la Para tí de ese mes traía una nota a Pavarotti que decía que daría su vida por haber tenido una banda de garage, los Ballester padres compraron para sus hijos una guitarra y un redoblante en los clasificados de tengounhijoadolescente.com.ar, link que salió naturalmente de la misma Para ti.

Un día los Ballester padres salieron y se olvidaron de desconectar el teléfono. Los chicos, tan necesitados de alguien con quién hablar, marcaron un número similar al de ellos. Dieron con la casa de Gaby, que se enamoró instantáneamente de la tonada de encerrado analfabeto de Fabio. Así llegaron a la banda. Los Ballester padres dieron de baja el teléfono, pero dejaron que las chicas vinieran a estar con sus hijos. Ya habían escuchado las primeras composiciones de “Por ahí se hace caca” y tenían terror de que tuvieran algún desorden sexual perverso: que les gustaran los power rangers o algo. Nada más lejos.

Los chicos eran amantes de la seducción y de los placeres que se hacen esperar, así que mientras las chicas saltaban mostrando los lamparones de sudor en lugares de texturas imantadas, las trataban con una indiferencia controlada digna del cura adentro del confesionario. De todos modos, como les inquietaba la idea de que las chicas se cansaran de tanto fuego y poco asado, inventaron un jueguito. Se sentaron en ronda y acostaron en el centro el reloj de pared de la cocina. Ocuparon lugares fijos. Fabio, Eleonora, Milena, Omar y Gaby. Sabiendo que al reloj nunca se le habían cambiado las pilas, hicieron un pacto de amor. Ahí donde señalaran las agujas al morir el reloj, quedaría formada una pareja. Sería el fin de la virginidad para dos, pero debían practicar este acto de amor y fidelidad a la vista de los demás. Placer para todos.

Como todas las tardes, ese jueves se sentaron con su vaso de naranja en los lugares de la ronda. Fabio miraba a Gaby, rogando para que el reloj quedara quieto a la una y veinte o las cinco y diez, aunque tuvieran que esperar al otro día para verlo si pasaba de madrugada. Gaby, muy en sus adentros, incluso donde la transpiración no llegaba, pedía lo mismo. Omar en cambio, no dejaba de pensar en Eleonora feliz de transpiración seca en el momento en que el reloj fijara el destino de felicidad para los dos a las ocho en punto o a las doce menos veinte. Milena sólo quería que por lo menos alguna de las agujas muriera en el nueve, tan cerca de ella. Y si tenía la suerte de que pararan las dos en ese punto, iba a intentar convencer a los Ballester de que los dos la acompañaran al fin de la castidad.

El ferviente deseo de Milena se cumplió parcialmente. Su primera y única vez le cambió la vida. Para Omar en cambio, la cosa fue un poco más difícil. Se hizo homosexual y, después de un extraño trastorno psicológico quedó completamente analfabeto. Cerca de las 8:00 ese día, “Por ahí se hace caca” se disolvió y nunca terminaron ninguna de las dos canciones.

1 comentario:

Mariano dijo...

Gran largada de esta carrera de caballos mancos pero con una voluntad que mamita mia. Hasta la victoria!