viernes, 20 de junio de 2008

La cicatriz de Seal

El último jueves de cada mes, Nilda y Alicia pasaban más tiempo en la cocina. Aprovechaban que llegaba la caja de donaciones para hacer un almuerzo sin amarretear ingredientes. Un premio para los chicos por asistir al colegio. Un premio a la constancia, aunque fueran sordos y pupilos, y no conocieran el mundo afuera de la reja negra. Albondigas con puré, decidió Alicia mirando las palabras "menú a elección" en el cuaderno donde anotaba todo. Nilda estuvo muy de acuerdo. Además el mes pasado había elegido ella: albóndigas con puré. Se puso el delantal blanco que recibió en la caja anterior y que ya tenía rayones de todos los colores, y buscó al fondo de la heladera chica los paquetes de carne que quedaban. Nilda iba y venía del galpón, trayendo una bolsa de papas en cada viaje. Las dos cantaban mientras trabajaban, desinhibidas y a todo volumen. Era uno de los grandes beneficios de trabajar con sorditos.

Cuando desde el patio ya se olía la carne bien condimentada, llegó el camión de Alberto con su característico motor gasolero y su bocina de los duques, que sólo Alicia y Nilda escuchaban. Alberto era un señor grande, pero se vestía muy bien, era muy caballero y decía las eses. Tenía sus batallas ganadas con Nilda y la trataba muy bien. Cada vez que venía le traía algún regalito, más allá de su olor a colonia de hombre maduro. Nilda la miró a Alicia y le dijo que fuera ella. Le gustaba hacerse rogar un poco y además ganaba tiempo para lavarse las manos y sacarse un poco del olor a ajo. Alicia aceptaba sonriente la misión de recibir a Alberto. Sabía que tarde o temprano, Nilda y Alberto iban a acostarse de nuevo y eso se convertía en relatos eróticos con imágenes que le duraban semanas en la cabeza.

Alberto abrió la puerta lateral del camión y descargó la caja que decía "Escuela 5". Una caja grande esta vez. Por suerte cada vez más gente de la capital se comprometía con los chiquitos de menos recursos. Alberto era un Papá Noel de la navidad mensual. Los chicos lo rodeaban cuando lo veían cruzar la puerta grande, corrían en silencio cerca de él alternando abrazos con señas de agradecimiento. Alberto los miraba lleno de emoción. Les decía que lo disculparan por no responder, pero tenía las manos ocupadas, y alzando la vista por encima de la caja, buscaba disimuladamente a Nil.

¡Don Alberto!, lo saludó Alicia. Decime Beto, querida. O cuñado. Se ríeron los dos. Decime que Nilda está. Si, si, Betito, quedate tranquilo, se está poniendo linda para vos. Así me gusta. Gran cocinera en la cocina y bien puta en la cama. Alberto se olvidó de que Alicia escuchaba. Ali se hizo la sorda, aunque no pudo esconder la sonrisa pícara. Pasá por acá, Federicolupi, le dijo cargándolo. Beto disfrutó de la impunidad del macho de la casa y le miró las tetas a Alicia, que un poco se las mostraba. Gracias, le dijo y bajó un poco la caja a la altura de la cintura, para no asustar a los chicos.

Un Beto ya más calmado saludó a Nilda, y sin soltar la caja, la siguió al fondo, a pedido de ella. Al mismo tiempo, Alicia atajaba a los chicos en la puerta de la cocina. Hasta acá, chicos, les decía, moviendo sus manos a gran velocidad. Si no, ya saben lo que puede pasar, y señalaba el poster al lado de la virgencita. Los chicos la miraron algo asustados y retrocedieron, volviendo a sus juegos en el patio.

Al lado de la virgencita Alicia y Nilda habían colgado el poster de Seal, que llegó en la caja de Abril. Para ellas, un señor negro lindo pero todo lastimado que seguramente jugaba en algún equipo de la capital o tenía su programa de tele, quizás una novela. En la foto miraba al horizonte, con cara de bueno, casi orgulloso de su piel poceada. El poster había sido un envío de Dios, porque ya los chicos estaban entrando a la cocina cuando querían y pasaban cerca de las sartenes con aceite hirviendo, cada vez más convencidos de que lo del accidente del hijo de los Galván era una gran mentira o por lo menos una exageración de Nilda y Alicia, para comerse ellas solas todo el budín de pan.

domingo, 8 de junio de 2008

Olor a tortuga

Tengo frío, pero eso no importa. Hoy es EL día. Además, al pan no hay que cocinarlo. Así que no importa que me hayan cortado el gas. La mayonesa tampoco necesita cocción. Así que tengo las comidas aseguradas.
Me lavo con un jarrito. Pelo sobre la cabeza no tengo. Es como si hubiera bajado todo al cuerpo. Así que la ducha está demás. Encima, ya no estoy cómodo en la bañadera. Me siento en el inodoro y me doy con el jarrito. Até la esponja a un palo, para poder llegar a los pies y espalda. La embebí en mi receta personal de esencia de quelonio, que fabrico yo mismo.
Cada vez me cuesta más...no estoy tan ágil. Pero hoy debo esmerarme. Voy a lavarme el ombligo también. Así que tengo que tengo que levantarme esto...hasta encontrarlo... ahí debería estar... ahí estaba la última vez... ahí está!! Pero... ¿qué tiene adentro...? snif snif... ¿A qué huele? No puede ser... no como roquefort hace años... en fin... jarrito! Y esto...? JARRITO!!
Todo en orden. Me seco desnudo, sin toalla. El frío endurece mis pliegues. Me vuelvo aún mas sexy.
Gas no tengo, pero electricidad sí. Me colgué de un cable hace años. Cuando podía asomarme por la ventana. Y mi laptop, agarra señal wi-fi de internet del hotel que hay al lado. Tengo todo. Soy Dios®. Todos los meses, me pasan por la puerta unas boletas, que falsifico con la computadora. Borro algunas cifras, cambio algunos logos, una boludez. 15 minutos. Por eso, todos los días me dejan pan y mayonesa en una caja, al lado de la puerta de entrada.
Hoy tendré más cuidado al comer. Es EL día. Por eso, como sin chorrerame mucho. Una vez que desaparecen los 2 kg y el frasco de RiK, voy hasta el vestidor. Me pongo de costado para poder pasar por la puerta. 2 minutos despues de luchar contra el marco, logro pasar al vestidor. Recupero el aliento. Abro las puertas y ahí está. Vincha, muñequeras, todo.
(Dos horas más tarde)
Timbre.
Levanto el auricular del portero eléctrico. Y escucho:
-Hola? Mujer Maravilla? Soy yo! Linterna Verde!

No digo nada por la emoción. Sólo le abro.