miércoles, 14 de marzo de 2007

Ernesticón 3

A las 6 sonó el teléfono. Era Mario, siempre puntual. Habíamos quedado así. El me despertaba temprano así llegábamos con todo. Me levanté en dos movimientos, sin las vueltas en la cama de todos los días. Ya tenía las calzas puestas para ganar tiempo. Me puse las medias blancas que tenía separadas, me calcé las ojotas y rengueé hasta el baño.

Me venía dejando la barba para ese día y me había crecido más de lo esperado. Nunca había tenido tanta. Agarré la tijerita y recorté un poco en la zona de los cachetes. Pasé a la afeitadora y la pasé con la precisión de un reloj suizo. Nunca entendí la analogía del reloj suizo. Al final me quedaron las patillas largas y la barba candado finita. Bastante parecido.

Me llené la cabeza de gel y separé el pelo hacia los costados, un poquito revueltos. La cara lista, era tiempo del cuerpo. Eran las 6.45.

Saqué del placard la camisa gris, me la puse metiendo la parte de abajo adentro de las calzas. Quedaba raro, pero estaba igualito. Ojoteando hasta la cocina, me preguntaba cómo le habría quedado a Mario su camisa gris.

Llegué a la heladera y saqué los huevos del maple que compré especialmente para el evento. Me lo apoyé en el pecho, la parte de abajo a la altura del ombligo y lo fijé con silvertape. Tres vueltas de cinta que de lejos se ven como las tres tiras del traje verdadero.

Me faltaban los anteojos y los tres relojes pulsera. Encontrar los relojes fue fácil. Como soy un obsesivo, me tomé el trabajo de ponerlos en hora. Uno con la hora de acá, los otros dos con la hora de Montevideo y Sri Lanka, igual que en la dos. Seguro que nadie iba a tomarse el trabajo de tanto detalle. Eran las 7.32 hora Buenos Aires.

Dónde había dejado los anteojos. Busqué adentro del cajón de la mesa de luz, abajo del sillón y hasta en la cucha del perro. Nada. Dónde estaban los anteojos. Pero ya no había tiempo, eran las 7.45 y Mario pasaba menos diez. Queríamos estar entre los primeros de la cola.

Timbre. Bajé y ahí estaba Mario. Estaba igual, el hijo de puta. Y tenía anteojos. Le pregunté si por casualidad había traído un par extra. Claro que no, me dijo. Estos supuestamente son irrompibles, ¿para qué voy a tener de repuesto? Y tenía razón, la pregunta era un insulto a nuestro ídolo.

Nos subimos al scooter y salimos disparados para el cine. Llegamos como a las ocho y cuarto. No se podía creer la gente que había. Como una cuadra de cola. Y la película empezaba recién a las 6 de la tarde. Era un espectáculo, había muy poca gente de civil. Todos con gel en la cabeza y anteojos negros, los irrompibles, los originales. Dónde estarían los míos, qué boludo. Y bueno, si me agarraban los de la tele, iba a decirles que los perdí en la última pelea contra Borbon, en la escena final de la 2.

1 comentario:

gen71 dijo...

Yo me había comprado el traje de Darth Vader para Episodio 3, pero me quedaba grande. Cuando salí para el cine me pisé la capa y me dí la cabeza contra el cordón de la vereda... me desperté 3 días después en el Zubizarreta